miércoles, 3 de marzo de 2010

SOS Chile 2.0

Eran casi las 2 de la madrugada de un sábado que prometía ser tranquilo. Una de esas muchas noches en las que mi ya proverbial insomnio me arrancaba de los brazos de Morfeo, personaje al que a veces vagamente recuerdo. Una más de esas noches en las que le sacaba la vuelta a la falta de sueño para aprender más acerca de este infinito mundo de Internet, los blogs y las redes sociales.

De repente, en mi laptop apareció un aviso enviado por el New York Times vía Twitter: ‘8.5-Magnitude Earthquake Hits Chile’ (Terremoto de magnitud 8.5 golpea Chile). Ese fue el comienzo de una noche de convivencia con la tragedia, en la que encadenarme al monitor fue más rápido que tomar un avión a Santiago.

Empecé a navegar por el océano interminable de Internet, sumergiéndome donde creía que podría encontrar algo de información donde parecía haber por largos momentos silencio pero casi siempre confusión. Mientras, pensaba en cómo ir compartiendo lo que apareciera, lo que se dijera, lo que se supiera.

Pensé en Twitter. Los 140 caracteres de cada tweet son muy útiles para los periodistas, por su rapidez y eficacia para enlazar al lector rápidamente con la noticia. Pero, no había nada que comunicar aún, nadie decía nada, ningún medio había escrito nada.

Había que actuar. Se necesitaba una cronología de los hechos, una fuente donde se encontraran todos los datos verificados y creíbles, y a la vez una actualización permanente. Twitter me permitía enviar alertas, pero no es posible actualizarlas con más datos si las informaciones cambiaban o se corregían, como suele suceder en estas tragedias. Facebook me permitía escribir más, pero tampoco es muy eficiente para actualizar la información en un solo lugar y hacerla llegar a todo el público, porque el ingreso está restringido solo a mi red de contactos.

Pensé: “Si alguien quiere saber lo que está pasando, va a ser más fácil que vaya a un solo sitio”. Entonces, mientras navegaba por decenas de páginas para encontrar algo que me sirviera para informar en tiempo real y con precisión lo que estaba sucediendo, decidí abrir un “post” en Buzz, nueva herramienta que hacía menos de un mes había introducido Google al mercado de las opciones de comunicación. Una herramienta que hasta ahora nadie, por lo menos en el Perú, entendía cómo utilizar para informar y que muchos incluso denostaban y hasta se burlaban de quienes la estábamos empezando a usar con notorio entusiasmo.

Dos características de esta herramienta me iban a ser muy útiles: que no tiene límites de caracteres (como sí lo tiene Twitter) y que se puede editar el Buzz cuantas veces uno quiera, manteniendo el mismo enlace. Así, tanto los que ya lo habían leído como quienes recién entraban en contacto con la noticia podrían tener un solo lugar al que recurrir e informarse de todo lo que iba pasando en tiempo real.

Publiqué rápidamente las únicas dos cosas que sabía hasta ese momento: Que acababa de haber un terremoto en Chile y que su magnitud era de 8.5 grados en el epicentro. Como hacía unos días había integrado mi Buzz a Twitter y Facebook, los pocos usuarios conectados a mi novísima red de Buzz no serían los únicos en ver lo que estaba publicando, sino que automáticamente esta información sería enviada a mis cientos de seguidores en Twitter y Facebook, creando un efecto multiplicador que haría que ellos, a su vez, reenviaran alertas a sus contactos en sus propias redes. Y todos ellos podrían ser remitidos al enlace que llevaba a mi Buzz, que tiene la ventaja adicional y muy importante de que cualquier persona, sin restricción alguna, pudiera leer lo que estaba escribiendo. La interconexión que había conseguido días antes era perfectamente útil para esta ocasión.

A medida que aparecían los datos, iba nutriendo de información mi Buzz: actualizando, corrigiendo, enlazando un canal de TV que transmitía por Internet. En Google Buzz también era posible que cualquier de mis lectores pudiera publicar comentarios que brinden más luces, actualicen o corrijan la información.

Y empezó a suceder. Desconocidos comentaban, aportaban y corregían información. Y Twitter empezó a moverse. Más gente empezó a conectarse, a leer lo que estaba pasando, a buscar sus propias fuentes, a contribuir con la onda expansiva de la noticia en tiempo real. Y en Facebook también pasaba lo mismo.

La tragedia empezó a manifestar su rostro inclemente cuando algunas personas preguntaban por sus familias, por sus amigos o manifestaban que se estaban enterando de la noticia por esta vía. Y a todos los derivaba a mi Buzz, donde solo con actualizar su navegador con frecuencia podrían enterarse de lo que pasó desde el primer campanazo hasta ese mismo instante.

La gente empezó a interactuar, a consultar y colaborar con la información. La adrenalina hacía que el sueño no me ganara, pero los sentimientos eran encontrados. La pasión de estar haciendo lo que me gusta –comunicar- se mezclaba con el dolor y la impotencia de los familiares y amigos que querían saber qué pasaba. Tanta pasión, tanta vida, tanta comunicación e integración, y a la vez tanto dolor, tanta incertidumbre, tantas ansiedades. Poco se sabía, pero tenía que ayudar a darles a mis usuarios y visitantes los canales para que pudieran por lo menos hacer una llamada o enviar un mensaje.

Pasaron las horas, el insomnio se convirtió en mi aliado y la vida me regaló esa noche la oportunidad de ayudar con lo que sabía, con lo que podía, con lo que tenía a la mano. Tal vez no podía estar en Chile retirando escombros y rescatando heridos, pero sí podía comunicar lo que pasaba a cientos de personas que no sabían adónde ni a quién recurrir para saber lo que pasaba, mientras pasaba.

Fueron casi 48 horas sin dormir y más de 24 sin comer nada. Era como estar en medio de la tragedia desde el silencio de mi habitación. Era como tender una mano a través de los bytes y darle un respiro de alivio a personas que no conocía, pero que estaban confiando en mí. Era una responsabilidad que había que afrontar, y que el sueño o el hambre no podían aplastar, como no aplastó esta catástrofe a los chilenos.

Empezó a entrar la luz por mi ventana, los medios iban despertando e informaban con los 140 caracteres de Twitter: “Terremoto de 8.8 grados en Chile. Estaremos informando”. Los contactos en mi red salían de una noche de reposo o regresaban de alguna reunión o discoteca y no sabían qué estaba pasando. Se conectaban y podían leer en sus pantallas todo lo que había pasado y estaba pasando en ese mismo instante y que los medios tradicionales aún estaban redactando. Y podían reenviarlo a través de sus propios perfiles en Twitter y/o Facebook para que sus contactos se enteraran.

En nuestro país y en otros, los familiares de los damnificados vivían su propia tragedia. Ellos tampoco durmieron, ellos también buscaban saber más y ver las posibles maneras de comunicarse con quienes estaban incomunicados. La paz llegaba a mi corazón cuando veía mensajes de agradecimiento, no solo de amigos y gente conocida, sino de perfectos desconocidos en distintos lugares del mundo. Aún con los ojos hinchados por el sueño, no pude ocultar la emoción y algunas lágrimas cuando me escribían agradeciéndome por haberlos mantenido informados y haberles dado una vía para saber e incluso llegar a contactar a los suyos que creían desaparecidos.

En medio de mi cansancio, ya por la tarde del sábado, algunos medios que elaboraban sus historias sobre este doloroso evento de la naturaleza quisieron incluir lo que pasó en mi habitación la noche anterior. Y les conté mi historia. Cuando leí la nota en el diario El Comercio, me emocioné mucho. Hasta ese momento no había llegado a comprender lo que había pasado. Me sentí orgulloso y feliz de haber hecho algo por la gente que necesitaba un apoyo en esos momentos. Y compartí ese orgullo con mis seguidores en las tres redes sociales que usé.

Pero, como en un matrimonio no a todos tiene por qué gustarle la novia, un par de periodistas altivos y envidiosos (que nunca faltan pero siempre sobran en esta viña del Señor) criticaban que agradeciera a quienes me felicitaron y mostrara públicamente mi orgullo y satisfacción por la labor cumplida. Esos mismos periodistas que firman orgullosos sus artículos cuando los publican en sus medios para que su currículo engorde. Esos mismos periodistas que despertaron legañosos de esa noche en la que otros llorábamos con quienes vivían la tragedia en sus primeras horas, informándoles lo poco que nos íbamos enterando, y no por un sueldo ni porque un editor nos ponía plazos, sino por la pasión de comunicar y ayudar con las herramientas que teníamos a la mano.

Como siempre, el pecado en nuestro país es lograr algo y que seas reconocido por ello. Esa noche, la creatividad, el profesionalismo, las herramientas digitales y la sensibilidad se combinaron en cientos de personas que colaboramos para que miles pudieran respirar con más tranquilidad en medio del hedor de la incertidumbre. Esa noche la sociedad tejió redes.

Y lo que quedará para siempre en mi corazón es esa noche a solas contigo, Chile.

domingo, 28 de febrero de 2010

Twittero peruano ayudó a difundir la tragedia [Nota en el diario El Comercio]

Miles utilizaron el Twitter y Facebook para reportar la situación en el sur. José Enrique Escardó ayudó a familiares a ponerse en contacto.


José Enrique Escardó es un insomne, solo duerme dos horas. Y aunque para todo su entorno su exceso de vigilia es un problema, el último viernes se convirtió en una bendición. A eso de las dos de la mañana José Enrique recibió una alerta en su Twitter.

El mensaje provenía del “New York Times”: “Sin confirmar, terremoto en Chile, informaremos después”. Reenvió el mensaje a su grupo y comenzó a buscar más información. Nada.
Las redacciones de los periódicos peruanos dormían. Entró a un canal chileno, comprobó la alerta y cuando decidió abrir un post en Google Buzz la información le llegó en segundos, porque su post está conectado, además, a su Facebook.
¿Qué pasó? Desconocidos en Chile comenzaron a informarle lo que pasaba y él transmitió todo lo que iba leyendo. No durmió, no comió. Solo ayudó a buscar familiares de personas conectadas.
Escribía datos. La gente me hacía preguntas, actualizaba información, editaba, informaba sobre las ciudades con mayores problemas. Todo en tiempo real”. José Enrique estuvo actualizando más de ocho horas sin descanso.
“Yo soy un apasionado de las redes sociales. En los momentos de desastre y cuando no se activan los medios tradicionales las redes sociales sirven. Yo sentí la obligación de estar despierto y gracias a mis mensajes una señora venezolana pudo conectarse con sus familiares. Eso te llena de satisfacción”. El sábado por la tarde José Enrique era buscado por los periodistas para que contara su historia y él solo sonreía.
“No lo hice por trabajo, lo hice porque debemos ayudarnos”. Toda su experiencia en su blog personal: elquintopie.com.
[Ver nota original aquí]

miércoles, 24 de febrero de 2010

Hildebrandt se asustó con la teta (y yo no quiero ni verla)

Leí hoy la columna de César Hildebrandt en La Primera. Recomiendo leerla antes de seguir.

Si algún prejuicio tengo -que no tengo muchos- es en relación al bien intencionado pero finalmente esperpéntico y vergonzoso cine peruano.

No he visto "La Teta Asustada" ni la veré porque no soy "patriota fácil" y detesto ver cómo la realidad de nuestro país suele ser presentada en pantalla grande como algo de lo cual podemos hacer una postal, como dice Hildebrandt en su columna.

Todos hablan del filme como producción peruana, pero, igual que el astronauta "peruano", que Kina "peruana", que Qorianka "peruana" y todo lo "peruano" que sale a relucir cuando se condimenta con lo extranjero (Gastón, el rey de la fusión, incluido) esta película es una coproducción hispano-peruana.

Cuando en el Perú mucha gente habla muy bien de algo, siempre pongo en duda de que sea bueno, normalmente termina siendo alguna moda sobrevalorada que no me interesa seguir ni me avergüenza criticar.

Yo tampoco creo que "La Teta" vaya a ganar el Oscar. Y, si lo gana, ¿qué? Machu Picchu es una de las nuevas maravillas del mundo y los turistas tienen que cargar piedras y sacar en carretillas el agua de las avenidas semidestruidas porque las autoridades son ineptas y corruptas.

Termino citando a Hildebrandt: "Sé a lo que me expongo con estas líneas. La verdad es que importa un ardite. Peor hubiese sido sumarme al coro extasiado y patriótico de los que creen que el honor nacional está en juego en la ceremonia del Oscar".

domingo, 21 de febrero de 2010

¿Por qué diablos tengo que estar en las redes sociales?

Desde la semana pasada, todos los que usamos una cuenta de correo en Gmail nos encontramos con una nueva pantalla de bienvenida que nos invita a suscribirnos en Google Buzz. La mayoría tal vez optó por no hacerlo, pero son millones en el mundo los que aceptaron la propuesta, tal vez la mayoría sin saber en qué se estaban metiendo.


Buzz es el nuevo intento por ganar espacio en el mundo de las redes sociales del imperio virtual que comenzó con un buscador y hoy quiere “estrar en todas”. Si estás en Buzz, es probable que también estés desde hace un tiempo en Twitter y/o Tumblr, antes en Facebook y mucho antes en Hi5, la red social más usada en el Perú.

Cada día que pasa vemos más personas de todas las edades que tienen Twitter o Facebook y que dicen que “si no estás en Facebook, no estás en nada”. Y es cierto. Si no te subes al tren de las redes sociales, tu negocio puede ser superado por otros rápidamente, tal vez no te enteres de la fiesta de cumpleaños de tu mejor amigo o del mejor descuento en una tienda de ropa que adoras y hasta estés desactualizado con las últimas noticias, que ahora se conocen más rápido en Twitter o Facebook que en las propias webs de los medios de comunicación.

Las redes sociales se adaptan perfectamente a las necesidades de cada usuario, a pesar de que nunca faltan aquellos que, pretendiendo apoderarse de un bien común solo por el hecho de ser un usuario más “hábil” de las herramientas de estas redes, quieren imponer normas que ellos mismos crean a su peso y medida. Pasando eso por alto, la única verdad en este mundo paralelo cada vez más real y útil, es que cada usuario utiliza y arma sus páginas en estas redes siguiendo a quien quiere, compartiendo lo que quiere con quien quiere, invitando y aceptando a quien quiere, dándole el giro personal o laboral que quiere.

Las redes sociales tienen millones de oportunidades para que cada quien las utilice y se manifieste como mejor se acomode en ellas. Hay peligros también, especialmente en redes que permiten o incentivan el anonimato, creando situaciones en las que usuarios falsifican sus identidades y pretenden así engañar o aprovecharse de incautos o menores de edad.

Las redes sociales son una necesidad hoy. Estar conectado y aprovechar al máximo las opciones que nos da la red ya no será opcional en poco tiempo. Todos pueden y deben acceder a este mundo sin temores, aprendiendo a usarlo y entendiendo los límites entre la utilidad, el entretenimiento y la adicción.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Cuidado con el Bayly Borat

Jaime Bayly es una copia peruanizada de Sacha Baron Cohen. La misma persona se disfraza de distintas maneras para hacer diferentes personajes que parecen reales:

1. Ali G es un desadaptado que cuestiona el sistema y entrevista a personajes insospechados, que creen que él realmente es un entrevistador. En Bayly, este es el Francotirador.

2. Bruno es un gay exagerado que modela y agarra a todos los hombres que puede. También entrevista porque es reportero en una revista de moda. Bayly hace el mismo personaje.

3. Borat es un un reportero de televisión de Kazajistán con una actitud antisemita y misógina que viaja a Estados Unidos para realizar un supuesto "documental" y aprender sus costumbres porque está "interesado" en que su país mejore, pero no sabe ni dónde está parado en política y habla estupideces. Ese es Bayly de candidato presidencial.


Todos son personajes con los que tanto Sacha Baron Cohen como Jaime Bayly montan un show mediático y dejan que la gente se burle de ellos mientras ellos se burlan de la gente. Negocio redondo.

Lo que me preocupa es que Sacha Cohen Baron sí sabe dónde están sus límites, Parece que Bayly no tiene esa capacidad y se cree sus personajes... Eso es patológico.

Pero lo que más me preocupa es que muchos peruanos, cuando ven a Bayly hacer estos personajes, especialmente el Borat presidenciable, se la creen, como cuando éramos niños y salíamos del cine creyendo que por ver a Rocky podíamos partirle la mandíbula de un derechazo al primer ladrón que intentara robarnos nuestra propina.

Me preocupa que la gente realmente crea que Bayly y su nuevo personaje cómico puedan gobernar un país que, por primera vez en décadas, está siendo tomado en serio en el mundo.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Excelente post de Esther Vargas de Perú.21 sobre Perú.21 A. de AAR y D. de AAR.


Encontré esta excelente reflexión en la línea [o no, depende de con qué ojo lo mires] de mi post anterior sobre Augusto Álvarez Rodrich. Hizo bien Esther en esperar para postear. Lo transcribo completamente.



AAR, dos pendejeretes y Perú.21
Por Esther Vargas
Editora de la sección Ciudad del diario Perú.21

No quise postear antes porque esperaba que me pase la pena, la rabia y la confusión. No quería que mis impulsos interfirieran con la razón, por lo que preferí guardar en privado la desazón, la indignación y el dolor de lo ocurrido. En estos días he comentado apenas algunas líneas en ciertos blogs, he expresado en el Facebook mi angustia y me he opuesto a la campaña 'No compres Perú.21". A mis amigos he dicho lo que tenía que decir, y a ciertos coleguitas mártires he cursado el mail necesario o la llamada telefónica justa para dormir tranquila.

Algunas horas atrás, recién llegada del encuentro en el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), he decidido escribir algunas líneas, advirtiendo claro que la pena no se ha esfumado. Encontrar a Augusto Álvarez Rodrich en el debate sobre los petroaudios fue como regresar a su oficina en el diario, donde cada tarde solíamos reunirnos para analizar los temas del día. Confieso que nunca me gustaron las reuniones, sobre todo porque pensaba que el tiempo se me iba entre risas y anécdotas que podría evitar. Hoy añoro esos días. Quizás por eso disfruté tanto al escucharlo en IPYS.

Cerrando los ojos me transportaba a esa mesa, donde con sus lapiceros de todos los colores apuntaba en su pauta lo que iba a publicarse en cada página. Pero esa historia ya terminó, y Augusto parece más convencido de ello que muchos. Me refiero, sobre todo, a aquellos que quieren hacer un diario sin un diario, petardeando lo que queda. Y lo que queda somos periodistas, periodistas honestos que solo esperamos un desenlace decente para nuestra carrera decente. Nosotros no somos empresarios. No somos lobbystas. No tenemos ONG. Nosotros ni siquiera somos parte de la argolla bloguera.

Yo solo quiero decir que trabajar con AAR ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. En mi carrera solo he tenido dos directores a tiempo completo: Blanca Rosales y AAR. Sí, con ellos dos yo conocí lo que era cerrar contra el tiempo; con ellos dos yo aprendí a poner un buen titular; y a no olvidarme de las otras voces, y de todos los consejos que sobre la marcha de una jornada apurada ellos sabían dar. No hablaré de Blanca hoy, porque este post es sobre AAR, quien a diferencia de otros señorones se hizo periodista metiendo la nariz en la redacción, desde muy muy temprano hasta esa hora en la que ya todos dormían, y él seguía calibrando ideas para entregar a sus lectores un mejor diario.

AAR hizo de Perú.21 el mejor diario del país. Pero no estuvo solo. Claudia Izaguirre y Mito Tumi estaban allí, detrás de los editores, y los editores detrás de los redactores y de los fotógrafos, mientras los diagramadores nos recordaban –con Ángel Hermoza al frente- que el diseño no se debía traicionar nunca. Éramos un equipo que reía y se peleaba, como pasa en todas las familias. Hoy, AAR ya no está. Y quedamos todos los mencionados, con Claudia y Mito, las personas en las que mi ex director confiaba plenamente. De todo lo escuchado anoche, yo me quedo con el deseo de larga vida para Perú.21. Sí, si se puede así será.

Los que seguimos en el barco hemos tolerado en estos días de turbulencia agravios diversos de gente no necesariamente profesional y honesta que se hace llamar periodista, y que bajo ese disfraz nos invita a renunciar, o nos trata como muñequitos de torta. Según dijo alguien cuyo post ya no encuentro en Internet (ojalá alguien me ayude a ubicarlo), el talento será nuestra mejor carta de presentación para buscar chamba. Qué fácil. Qué romántico. Suena tan bien que parece un copy paste. Dijo el señor fulano que cuentas teníamos todos, y a quitarse del barco se ha dicho. Yo no me he comprado una casa en este tiempo así que no tengo que pagar crédito hipotecario. Yo no me he comprado ni una 4x4 ni un Tico, así que no debo nada al banco. Yo no tengo hijos, apenas cuatro gatas pitucas. Mi más grande patrimonio es mi iPhone, cuya mensualidad puedo pagar sin llorar, pese a la crisis internacional. Así que no me quedo aquí por dinero. Y a muchos les pasa lo mismo. Pero en el supuesto que mis compañeros se quedaran por sus deudas o su carga familiar, eso, déjeme decirle, también está muy bien, pues trabajar para pagar las cuentas y no meter cabeza también revela nobleza, señor.

Yo me quedo en Perú.21 porque esta ha sido una casa amable, grata y generosa desde hace más de seis años. Me quedo porque la esperanza de seguir siendo parte de un buen diario persiste, en este minuto.

Todas las manos, todas las manos –a excepción de las de Augusto- siguen aquí. Me refiero a las manos de los que realmente hacen el diario. Porque los columnistas, a quienes aprecio y respeto, no eran parte de nuestra redacción activa. Al menos, yo jamás cerré codo a codo con Rospigliosi o Manrique, o con Basombrío o Tanaka. Y me hubiera gustado, la verdad. Me hubiera encantado hacer con ellos y mis redactores el diario minutos después de que la tierra se derrumbara en Pisco, o un domingo Día de la Madre, o un 24 de diciembre. Los columnistas han dejado un gran vacío, pero la redacción sigue corriendo, y sigue buscando mejores fotos, y sigue viviendo el día a día con la angustia que embarga a los periodistas de 24 horas.

Los columnistas –los de la sección Política mayoritariamente- ahora tienen blog y yo los leo con cariño. Convertirse en ex (ex columnistas) es un grado superior y legítimo que uno debe buscar a veces. Lo saben bien las y los ex.

Estas líneas finales son para los bloggers, quizás la nueva conciencia nacional del Perú. Yo leo a los bloggers más que a los ex columnistas del diario, y les aprecio el ingenio, la valentía, y hasta la buena pluma. Pero desatar el "Yo no compro Perú.21" o soltar información burda sobre el escenario actual en el diario me parece irresponsable y majadero.

Pese a que yo twitteo con algunos o comparto los mismos grupos del Facebook - desde Solidaridad con AAR a NO A UN SOLO POLVO SEMANAL- ninguno me ha llamado o escrito para corroborar las versiones descocadas que colgaron.

Una lástima que la protesta se transforme en pose. Que todos seamos necios está muy bien. Pero la mentira me parece un acto de maldad. Obviamente, no todos han caído en el facilismo de pedir la RENUNCIA de los periodistas. No todos, pero a los que sí cayeron en el berrinche solo les digo que cuando crezcan y estén en la otra orilla se darán cuenta de que el periodismo es mucho más que parecer belicoso. No creo que lo ocurrido con los petroaudios sea como dice Mirko Lauer, la aventura de dos pendejeretes. Tampoco, tampoco. Pero nada peor que la postura del mártir de fantasía.

Por lo demás, como dijo AAR, larga vida para Perú.21. Sí, mientras se pueda sí.

PD: Me alegra que Heduardo, Acevedo y los Otorongos, así como todos los columnistas de las otras secciones sigan empujando el barco. Me alegra que el mismo Augusto repita en todas las tribunas que espera lo mejor para este diario que se lo perdió.
Y disculpas adelantadas a los bloggers que sin haber caído en el berrinche se sienten aludidos aquí.
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