martes, 22 de julio de 2008

Cualquiera puede ser congresista, pero un congresista no debería ser un cualquiera.

Los animales comen para vivir. El otorongo no come otorongo y la serpiente no come serpiente. No entiendo cómo podemos permitir que se compare a los nobles animales con algunos congresistas que “sabe dios” qué negociarán.

Los escuchamos decir que los choferes de combi son unos salvajes porque arriesgan la vida de sus pasajeros por un sol. Bueno, ellos arriesgan la vida democrática de la combi Peru por un voto. Lo primero no se puede justificar con nada, pero lo segundo es igualmente censurable. Una Canchaya y un mataperro quedan como inocentes palomos al lado de quienes se juntan para negociar ética por votos, dolarillos por citas con el presi.

Los congresistas fijan sus sueldos y también deciden cuándo se castigan y cuando se perdonan, cuándo se chantajean con fotos y videos, cuándo piensan en el Perú y en sus electores y cuándo se olvidan de que estos existen.

Cuando sale un videíto todos nos escandalizamos. Pero no recordamos que el videíto es solo la pluma que está en la cabeza del pingüino que está parado en la punta del iceberg. ¿Qué más venderán en esas oficinas y en la plaza de mercado en que se ha vuelto el hall de los pasos perdidos? ¿Quién comerá caviar y tomará cada fin de semana etiqueta azul usando de letrina la honra de su propia madre? ¿Cuántos tendrán videítos en el cajón que usan para lograr una ayudita a su más “caro” proyecto de ley?

Votar y botar deberían ser dos palabras que caminen más unidas en la democracia. Yo apuesto por la renovación por tercios cada año. Y apuesto también por pedirles más requisitos a los candidatos al Congreso. De nada sirve que cualquiera llegue al Congreso y haga lo que le dé la gana con el poder temporal prestado por las urnas.

Cualquiera puede ser congresista, pero un congresista no debería ser un cualquiera.
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