miércoles, 2 de febrero de 2011

El Sodalicio de verdad (parte I)

Foto: lamula.pe
Ayer publiqué un post que ha dado mucho que hablar. Y mentiría si dijera que eso no es lo que quería. Claro que quiero eso. Pero no por las razones que mis atacantes han esgrimido en sus comentarios y tweets, sino porque miles de adolescentes y sus padres deben saber que el Sodalicio de Vida Cristiana o SCV no es una cofradía de santos vivientes intocables y que Germán Doig y el pedófilo Daniel Murguía no son paja en medio del trigo puro y cristalino de estos autoproclamados "soldados de Cristo".

Germán Doig estaba destinado a ser el delfín de Luis Fernando Figari, el fundador, inspirador, ideólogo y conductor del SCV. Era quien estaba siendo entrenado personalmente por Figari para que lo reemplazara ante cualquier eventualidad. El desastre sobrevino cuando la eventualidad se volteó hace diez años y Doig murió antes que Figari. ¿La solución para que el SCV no se quedara en la oscuridad de la desesperanza? Intentar que Germán fuera canonizado. Sin embargo, en el proceso previo, la beatificación, se dieron con la sorpresa de que Doig no era ningún santo y que los testimonios de los afectados por sus conductas impropias eran fehacientes, incuestionables e insobornables. Y, ante la posibilidad de que esto se conociera por otras vías y destruyera las entrañas del Sodalicio, decidieron ellos mismos hacer pública la decisión de detener el culto a Germán y de arrojar a su otrora "Apóstol de la Nueva Evangelización" a la hoguera de la condena social, una hoguera que no debía tocarlos. Y menos a Luis Fernando, el maestro y guía de Germán, el único que les garantizará en el futuro tener un santo para darle la solidez que todo grupo de esta naturaleza busca para perpetuarse y ganar poder dentro y fuera de la Iglesia Católica.

Si creen que tengo un interés distinto al de advertir a padres, maestros, jóvenes, autoridades y a la sociedad en general sobre lo que verdaderamente pasa dentro de las paredes del Sodalicio, entonces créanlo. Yo sé lo que quiero conseguir en esta batalla y eso me basta. Ya me he enfrentado a ellos y a sus mastines hace años y esta vez lo vuelvo a hacer porque creo en esta lucha, creo en lo que vi estando dentro y creo que ellos mienten descaradamente cuando lo silencian, minimizan o lo niegan.

Un tema adicional: Las "amenazas" publicadas ayer por anónimos en mi blog son solo anécdotas para mí. No sé si serán ellos ni me interesa, eso lo definirán las investigaciones policiales que ya se iniciaron esta mañana. Eso es secundario. Y si me querellan por lo que escribo acá o por lo que declaro a los medios, que me querellen. Lo más importante es que quienes lean lo que escribo sepan que Germán Doig no es la manzana podrida con la que nos quieren atragantar para que no veamos a las serpientes que desenvainan la espada flamígera que eligieron como símbolo.

El volver a difundir lo que publiqué hace diez años tiene una sola meta: que mis lectores sepan lo que vi, lo que escuché y lo que me obligaron a hacer no algunos "humanos pecadores como todos" sino la cúpula organizada de una institución creada para manipular mentes jóvenes y usarlas para oscuros fines disfrazados de santidad.

Germán Doig está muerto y hoy sus seguidores del SCV no han dudado en matarlo por segunda vez, usando su cadáver como escudo para esconder sus propias asquerosidades, sus aires de superioridad y sus ansias de poder.

Lo que publiqué hace años y vuelvo a publicar hoy es para que TÚ sepas que tus hijos, hermanos o amigos, que seguramente se han acercado al SCV con el sincero deseo de ser santos o simplemente mejores, están en serio peligro. El problema no fue Germán Doig, el problema ES la cúpula del Sodalicio, que se aprovecha de la confianza que en ellos han puesto miles de jóvenes que, como yo lo hice hace más de veinte años, creen en su enmascarada sinceridad.

Agradezco los cientos de mensajes de respaldo que he recibido desde que publiqué mi primer post. Sin temor, porque sé que digo la verdad, seguiré publicando lo que sé.

Los dejo con mi segundo artículo. Recuerden que fueron publicados en una revista semanal, por ello el manejo del tiempo. En este blog los estoy publicando día tras día. Esperen el tercero mañana.

SEGUNDO ARTÍCULO:
LOS ABUSOS DE LOS CURAS (Parte 1) 
Publicado originalmente el 02.11.2000

Tal como anuncié la semana pasada, contaré a partir de esta edición todas las salvajadas de las que, tanto yo como algunos otros, hemos sido objeto cuando estuve viviendo en la casa de un grupo de curas y laicos católicos.

A mí nadie me va a vender el cuento de que la iglesia es santa, cuando he visto tantos intereses, tanta cochinada, tanta politiquería, tantas movidas de dinero, tantos abusos (físicos y psicológicos). Así que, agárrense, porque después de casi 12 años de silencio, soltaré todo, caiga quien caiga. Estoy seguro de que los responsables (la iglesia) tratarán de hacerse los locos, de lavarse las manos, pero espero que sean tan valientes para enfrentar estas acusaciones como cuando hablan de transparencia, moralidad y demás cosas que ni ellos mismos cumplen.

Empezaré por situar a mis lectores en el tiempo y el espacio. Estudiaba en el colegio Markham. No es un colegio católico, sino laico. Aún así, desde sexto de primaria ya estábamos siendo reclutados por los profesores de religión, quienes eran parte de un grupo católico que muchos conocen, el Sodalitium Christianae Vitae (SCV), centro ideológico y estratégico del famoso y bien visto Movimiento de Vida Cristiana (MVC). Ellos son los dueños, entre otras empresas, de la parroquia de moda, “Nuestra Señora de la Reconciliación”, en Camacho. 

En esa época no tenían muy buena fama, pasaron unos años más y la presión de los padres de familia del Markham fue tan fuerte que tuvieron que salir del colegio. 

La estrategia del SCV es hacer buenas migas con los que quieren jalar para su bando. Resulta que los curas y sus aprendices eran adiestrados para que nosotros, los inocentes adolescentes, los tomáramos como modelos y que incluso se volvieran más importantes que nuestros padres. A medida que pasaba el tiempo, nos hacían sentir que nos entendían mejor que nuestros propios progenitores, que sabían que ellos eran unos materialistas a los que no les iba a cuadrar nunca que sus hijos fuésemos católicos comprometidos. Eran tan radicales que siempre nos ponían en una situación en la que teníamos que elegir entre nuestra familia y ellos. Nos hacían sentir unas basuras, unos traidores y unas niñitas engreídas si es que optábamos por hacer caso a nuestros padres. Los sodálites (así se hacen llamar los del Sodalitium) nos ponían constantemente entre la espada y la pared y nos perseguían para revelarnos los últimos trucos para pasar por encima de la autoridad paterna, con la excusa de que era más importante seguir las órdenes del “Señor Jesús”.

Eran nuestros “patas del alma”. Nos juntaban en grupo en casa de alguno (varias veces las reuniones se hicieron en mi casa, simple y llanamente porque mi mamá prefería estar atenta a lo que pasaba ahí). Hablábamos de cosas generales, contábamos nuestros problemas. A veces la estrategia era hacernos llorar de desesperación y luego salir a nuestro rescate. Comíamos algo y luego salíamos a algún otro lado para hablar más en privado.

Cuando pasaron los años y mi “dependencia” a su amistad se volvió incontrolable, terminé haciendo votos para pertenecer oficialmente a su grupo junto con otros dos miembros de mi promoción. Todavía era menor de edad y ya me estaban comprometiendo con votos que debería renovar cada año. Si me salía, como pasó al final, mi destino inminente, según ellos, sería el infierno -sin posibilidad de salvación-, tal como me lo dijeron cuando, años después, luchaba por irme. 

Y no saben todo lo que me costó salir de ahí luego de que lograran, en varios años de lavado cerebral, que mi mundo estuviera centrado en ellos. Irme significaba que, a mis 19 años, me quedaba sin futuro, sin ideología, sin seguridades, sin amigos, sin dios, condenado al infierno, etc. Encima, con la duda de si mis padres iban a aceptarme después de haberme peleado tan fuerte con ellos gracias a esos ideales prestados por mis reclutadores. Una tremendo dilema para alguien que había vivido de acuerdo a lo que ellos pensaban durante los últimos 7 años, desde los 12.

Luego de toda la estrategia sutil previa a que me mudara a vivir a una de sus comunidades, estuvo el mes de “prueba”, en el cual nos ponían en situaciones extremas para ver si éramos capaces de soportar la vida comunitaria. Esto sucedió en la casa que tenían en la Av. Brasil, llamada en ese entonces "San Aelred".

Una noche, me tocaba servir la comida junto a otro de los chicos que estaban en prueba conmigo, Ralph Bérninzon. Terminado el segundo, retiramos los platos, pero nos olvidamos de llevarnos la pimienta y el ketchup. Servimos el postre, arroz con leche, y cuando nos sentamos, nuestro “formador”, Alfredo Draxl, nos dijo que debimos haber retirado esas dos cosas antes de servir el postre. Dijo que, si las habíamos dejado en la mesa, era para usarlas con el postre. Así que a mí me ordenó echarle ketchup al arroz con leche. 

“Échale más”, me dijo el cura José Antonio Eguren [quien hoy es hombre de confianza del cardenal Cipriani y obispo auxiliar de Lima]. Le tuve que echar más. Ralph tuvo que comerse su postre con pimienta. La verdad que el arroz con leche con ketchup “bien mezclado” (como me ordenó el cura) no sabía tan mal, así que, al terminar (en medio de las risas y miradas del cura, Alfredo y mis otros compañeros), me preguntaron si me había gustado. No mentí, como buen cristiano. “No estuvo tan mal”, dije. Por supuesto que esto fue la excusa para hacer que me sirva cuatro porciones más de la misma combinación. A partir de la tercera, sentía ganas de vomitar, a pesar de que el cura me decía, en tono burlón, “todo está en la mente, sigue”. Fueron cinco porciones y, luego, mi estómago podrido de asco.

La siguiente semana contaré cómo me hicieron dormir casi un mes en una escalera de mármol, cómo me pusieron a ayunar y un cura me provocaba con comida, cómo hicieron que empujara mi cuello contra una cuchilla suiza, cómo nos enseñaban a burlamos de los complejos de nuestros compañeros hasta que lloraran de desesperación, cómo me hicieron lavar un water y, antes de pasar el sarro, me obligaron a lavarme la cara con esa agua. Y eso, sorprendidos lectores, es solo el comienzo.
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