domingo, 13 de febrero de 2011

Estado homofóbico

Una noche, antes de que comience la clase en uno de los salones en los que estudiaba mi carrera, hablábamos del estreno de la película "The Matrix". La profesora entró y, pretendiendo integrarse a la espontánea tertulia cinematográfica, dijo: "Ay sí, que lástima que Keanu Reeves sea homosexual". Rompiendo el incómodo silencio que se produjo, le pregunté: "¿A qué se refiere con 'qué lástima'?". La profesora se dio cuenta de que no saldría bien librada de la interrogante y, mientras se retiraba del salón, balbuceó una excusa que no pudimos descifrar por completo. Había recordado súbitamente que algo olvidó en su casillero. Cuando volvió, yo había escrito en la pizarra: "¿Sería una lástima si un hijo suyo fuera homosexual?". La profesora, con una mano visiblemente temblorosa, tomó la mota y borró mi -atrevida, habrá pensado- pregunta. Nunca más se volvió a hablar del tema.

El sábado 12 de febrero, un grupo de LTGB (lesbianas, transexuales, gays y bisexuales) se reunió pacíficamente en la Plaza de Armas de Lima, en un acto público denominado "Besos contra la homofobia". Ya de por sí es vergonzoso que en nuestro país los homosexuales tengan que salir a las calles para mostrar que sus derechos son vulnerados. Sin embargo, para avergonzarnos más ante el mundo, un grupo de policías los agredió inexplicable y brutalmente. Se burlaron de ellos, los arrastraron como animales, les pegaron, le rompieron la cabeza a una de las participantes y los insultaron no solo con sus palabras, sino con sus muecas de prepotentes y discriminadores macho men.

La sexualidad, que no es lo mismo que el sexo, es la expresión más pura de la naturaleza humana, la vivencia más íntima y a la vez pública que mejor define lo que somos. La experiencia responsable de la sexualidad en cualquiera de sus formas significa libertad. Y por responsable quiero decir, entiéndase claramente, entre adultos que eligen vivir lo que son y sienten con otros adultos.

Un Estado democrático y moderno debe permitir y enseñar con cada una de sus acciones no solo a respetar y ser tolerantes -ya de por sí aplicar esos conceptos a la sexualidad es vejatorio-, sino a proteger con absoluta naturalidad los derechos de todos. Si dos personas, de distinto o igual sexo, deciden andar de la mano o besarse en la calle, pues que lo hagan, y no hay policía, alcalde, presidente o arzobispo que pueda siquiera osar ocultarlos de la vista pública.

Cualquier intento por impedir que estas expresiones de libertad sexual se den de manera natural, cuidando, como se cuida con las parejas heterosexuales, que se sepa claramente qué debe mostrarse en público y qué debe mantenerse en la privacidad de una habitación, es un abuso que solo se explica en los intentos desesperados de la religión por aferrarse al poder político y de este último por arrodillarse ante quienes aún se creen emisarios de Dios y jueces divinos del pueblo.

Es mi deber recordarlo aquí -porque hay personas que aún no lo saben o, peor aún, actúan como si no lo supieran- que el Estado peruano dejó de tener religión oficial a partir de la publicación de la Constitución de 1979. Y, cuando digo "personas", me refiero, en especial, a autoridades.

Si no te gusta que dos personas del mismo sexo se tomen de la mano o se besen en la calle o frente a tu iglesia de preferencia, entonces solo tienes que cruzar la pista y cerrar la boca, no llamar al 105 de una fuerza bruta que acata analmente las órdenes de un Estado homofóbico.

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