domingo, 15 de agosto de 2010

Fiebre de sábado en Miraflores

3.15 AM. Los gritos de hombres y mujeres discutiendo se hacen cada vez más fuertes en Tarata, Miraflores. Al comienzo, parece una de las típicas bronquitas de fin de semana, una más de esas a las que estamos acostumbrados quienes vivimos en esta parte del distrito que los visitantes usan de bar caleta y de pasaje para encontrar una salida hacia una calle en la que puedan parar un taxi para volver a sus casas (normalmente en otro distrito).

Pero, poco a poco el ruido sube y el descontrol parece exceder los límites de la costumbre. En menos de dos minutos, dos grupos de chicos empiezan a insultarse y agarrarse a golpes, mientras sus acompañantes femeninas chillan, insultan, blanden carteras y exigen que se metan "uno contra uno, a ver pues". En medio del tumulto se distinguen voces en inglés, un par de turistas están metidos en la colada.

Vecinos que están de pasada miran, resignados y atemorizados. Quienes vivimos acá nos asomamos por nuestras ventanas, creyendo que nuestros ojos recién abiertos podrán conformar una fuerza conjunta que servirá para apagar la bulla y poder volver a dormir, mientras los trabajadores de los restaurantes del pasaje intentan separar a los grupos.

Ni un solo policía. Ni un solo sereno. Y yo me pregunto: ¿dónde está ese fantasmal sereno que ronda Tarata todas las noches y que nunca aparece cuando estas cosas pasan? Sí, la misma pregunta de cada fin de semana (y de algunas otras noches también). Y me pregunto también qué dificultades administrativas hay que vencer para que a una cuadra y media de la municipalidad alguien ponga orden.

Los grupos se van dispersando, con lo cual el ruido no disminuye, al contrario, aumenta porque se gritan de más lejos. Y sigue durante unos quince minutos más desde dos sectores opuestos de Tarata, cada vez más alejados, con cada vez más pausa y más eco.

Y no hay serenos. Y no hay policías.

3.37 AM. Se oyen algunos gritos en los dos extremos de la calle y por primera vez una moto, una sirena grave y una voz multiplicada por un parlante. Silbatos (que no sé si son de un policía, un sereno o algún vecino que intenta hacerles creer que ya llegó la ley).

3.40 AM. Vuelve la "calma", palabra que aquí significa que se oyen ecos, las típicas bocinas de los autos que pugnan por voltear por Schell, Larco y Diez Canseco, las alarmas de los autos estacionados y que los borrachos no pueden abrir sin que suenen y las inocultables voces de los cobradores de combi que son ya parte del soundtrack de esta zona del distrito.

Una noche más, una noche casi normal en el centro de Miraflores.

domingo, 18 de julio de 2010

Wong y Masías nos robaron Miraflores

(Una historia real de cómo nos tomó 40 minutos llegar de Larcomar a Tarata, incluidas las respectivas broncas con policías y serenos).




Llevamos a nuestra hija de 3 años a Larcomar, a ver Shrek y comer algo. La bebe no se sintió bien al final y teníamos que regresar a mi casa, en Tarata, a seis cuadras. El viaje nos tomó 40 minutos, la indiferencia y malacrianza de algunos serenos, la estupidez de varios policías de tránsito y un taxista asustado a quien tuve que pagarle más del doble.

Saliendo de Larcomar, bastó voltear a la izquierda en la primera entrada posible para que empezara el infierno. Al llegar a la avenida La Paz, no había pase hacia Benavides. Ni una sola indicación, solo cintas que cerraban el acceso, policías y una unidad de Serenazgo. Al preguntarle al sereno por dónde debíamos ir, solo atinó a mirarme y decirme, "no sé, tendrán que irse hasta el puente Villena, me imagino". Al insistirle que vivimos en Tarata y que estaba con mi hija de tres años que no se sentía bien, me miró otra vez con indifernecia absoluta y me dijo "tendrá que preguntarle a los policías, ellos son los que cierran el tránsito".

Veinte metros más adelante estaban dos mujeres policías, a quienes les pregunté por dónde debíamos ir. Una de ellas, una retaca sobrealimentada con cara de poto, le explicó al taxista dos rutas, entendibles en su cabeza solamente. Ante su falta de voluntad y malas maneras, le dije: "¿Y quién va a pagarme el taxi, ustedes o el alcalde?". Al voltear el auto en U para salir de ese lugar, la tomba, prototípicamente prepotente, empezó a desquitarse con el taxista y a decirle que encima que me "estaba ayudando, todavía se molesta". Mi hija estaba llorando en el auto y yo estaba rabiando porque cada año es la misma historia: Miraflores deja de ser de los vecinos y pasa a ser la mesa de negocio de Wong y del alcalde de turno.

Me bajé del auto y la encaré. Que me dijera a mí lo que tenía que decirme y no al taxista que estaba haciendo un servicio por el cual, lógicamente, tendría que pagar más del doble. La tomba se puso malcriada y empecé a llamarle la atención como se lo merecen estos uniformes con patas cuando creen que, por ser "autoridad", pueden tratar a las personas como quieren. La grité como no la ha gritado ni su padre. Le dije lo que no le ha dicho su comisario. Y bien merecido que se lo tenía. No me estaba "ayudando", estaba cumpliendo mal con su deber y yo tengo todo el derecho a decirle en su cara que ella no tiene por qué ponerse malcriada con el taxista porque yo hice un comentario, que si quería aclarar a alguien, debía decírmelo en mi cara. Después de decirle todo lo que tenía que decirle, me subí de vuelta al auto y empezamos a adivinar nuevamente el camino. Terminamos, sin flechas que seguir, sin rutas alternas previstas ni por la Policía Nacional ni por la Municipalidad de Miraflores, dando la vuelta en U en Barranco, en medio de un atolladero de autos que buscaban lo mismo que nosotros.

Entramos a la Vía Expresa y nos encontramos con un segundo atolladero. Ni un solo policía, todos estaban cuidando el evento de Wong. Pretendimos salir del zanjón hacia Benavides. Cerrado por dos policías, un hombre y una mujer. Después de 15 minutos parados en esa salida, llegamos a los tombos. El hombre le explicaba a un conductor que no podía salir por ahí y la mujer lo miraba del otro lado del auto. Saqué mi DNI por la ventana y llamé a la mujer policía: "¡Señorita, señorita!". Nada, mirada de conmigo-no-es. Otra vez, ya parado en la pista: "¡Señorita! Vivo en Tarata, déjeme pasar, estoy con mi hija que no se siente bien". Se sentó en la noticia y, de reojo, balbuceó: "No pueden pasar vehículos de servicio público, siga de frente". No quería seguir peleando, mi hija había entrado en pánico (no exagero) al verme discutir con la primera policía. Solo le dije: "No me importa lo que le hayan dicho, estoy a más de quince cuadras de mi casa, hace media hora que estoy en sus atoros y mi hija está mal". Consultó con el hombre y ni siquiera nos dieron una señal de pase, simplemente se movieron a un lado y yo tuve que adivinar que esa malcriadez significaba que "nos daban su permiso" para pasar.

Tratamos de llegar a Benavides, sin saber por dónde ir sin exponernos a otra calle cerrada y a otros policías o serenos dueños de las calles por encargo del alcalde y sus amigos de Wong. Olfateando las pistas, como perro vagabundo, le indiqué la ruta al taxista. Finalmente, llegamos a Benavides, casi a la altura de República de Panamá. Entramos por la avenida, cruzamos la Vía Expresa y volteamos por Grimaldo Del Solar con la idea de bajar por Schell. Todo iba bien hasta que llegamos al cruce de Schell con La Paz. Otra barricada. Otros dos tombos con casco en lugar de cerebro. El DNI por la ventana y que no podíamos pasar, que no, que no. Hasta que vieron a mi hija dormida y la tomba le dijo al tombo: "están con bebe". Yo ya a punto de bajarme del auto para tumbarles la tranca, y justo en ese momento el tombo sacó la cinta e hizo un gesto de pase, el mismo tipo de gesto que le hace uno a su perro cuando le abre la puerta para que vaya a mear al jardín. Y pasamos.

Sorteamos decenas de peatones que tomaron la calzada y llegamos a Alcanfores, voleteamos a la izquierda y luego a la derecha. Tarata no era más de los vecinos. Tarata era un mercadito donde todos iban o venían y se paraban a tomarse fotos. El auto tuvo que volverse un reptil para sortear los obstáculos y avanzar los 100 metros que nos separaban de mi edificio. Llegamos por fin. Tuve que pagarle el triple al taxista y vi mi reloj: 40 minutos desde que salimos de Larcomar, a 6 cuadras.

Estoy escribiendo esto sentado en mi cama. Mi hija y su mamá están dormidas a mi lado, con sobresaltos cada vez que algún carro alegórico o banda pasa cerca. Teníamos planeado salir más tarde, ir al Circuito Mágico de las Aguas. "Es un buen día para que la bebe conozca las fuentes, todo el mundo va a estar en el corso", comenté ingenuamente en la mañana.

Pero no, ahora estamos presos en nuestra propia casa. Si salimos, no tenemos idea de cómo llegar a una calle donde haya un taxi, no tenemos idea de cómo salir del Miraflores de Wong y Masías, y no tenemos idea de a qué hora podremos volver sin que nos pase lo mismo.

Estoy sentado en mi cama escribiendo esto mientras, a menos de media cuadra, nos destrozan el domingo trompetas, gritos, tambores, música estridente y megáfonos, todo pagado por los chilenos de Wong y permitido por un alcalde cuyos serenos solo saben decir "yo no sé, los que cierran la calle son los policías".

De algo sí estoy seguro hoy, que el 5 de agosto, cuando Manuel Masías vaya a mi programa de radio, como ya se comprometió, va a tener que responder muchas preguntas con relación a este tema. Y que el próximo año, sea como sea, me mudaré de Miraflores.
Actualización: Mientras colgaba el post, mi hija y su mamá se despertaron gracias al paso de una jauría que gritaba "¡Bob Esponja!"...

jueves, 1 de julio de 2010

A ver, ¿qué partido se atreve a tenerme como candidato al Congreso?

Acabo de volver de la peligrosísima calle y estoy en el lugar más seguro y apacible del mundo: mi casa. Y he tomado una decisión: lanzarme al Congreso. ¿Por qué? Por joder. Por hincharle las pelotas a este país que no las tiene. Para ver quién se atreve a decir: "Sí, eso es lo que necesitamos en la política nacional".

A ver, ¿qué partido tendrá los huevos para llamarme a sus filas con estos planteamientos?

1. Quiero un Perú donde las cifras de crecimiento no se igualen artificialmente a las cifras de desarrollo. El Perú crece económicamente ante los ojos del mundo, pero el verdadero desarrollo es inversamente proporcional a ese crecimiento. Porque yo entiendo el desarrollo como la capacidad de las personas de crecer como seres humanos civilizados a la par de los números bonitos y las calificaciones internacionales que se celebran en Palacio de Gobierno entre pisco sours y sonrisas de medio lado porque ya llegó la coima del día y mañana vendrá una más grande.

2. Quiero un Perú donde las leyes se respeten. Y no porque las autoridades se pongan los pantalones, porque eso nunca va a pasar, sino porque los propios ciudadanos no tienen miedo a plantársele a un conductor que no lo deja pasar por el crucero peatonal o no tiene miedo de ponérsele al frente a un auto que se pasó la luz roja y detenerlo para que lo deje pasar. Quiero un Perú donde el imbécil que se pasa la luz roja se sienta como un tarado y no como el criollazo del barrio. Un Perú en el que los peatones podamos sentirnos protegidos por nuestra propia voz, sin tener que correr a buscar a un policía vago, irrespetuoso e ignorante que dobla el reglamento de tránsito para favorecer su bolsillo y no al que tiene la razón.

3. Quiero un Perú en el que se le pague a los trabajadores lo que merecen por su esfuerzo. En el que los empresarios -peruanos y extranjeros- no crean que nos están haciendo un favor dándonos un puesto, pagándonos una porquería, explotándonos con horas extras no pagadas, no poniéndonos en planilla, no reconociendo nuestros esfuerzos con lo que nos merecemos, no pagando al Seguro Social ni al banco nuestra CTS. Un país en el que, cuando nos saquen de un trabajo, podamos recibir automáticamente lo que nos deben por tiempo de servicio, por liquidación y por todo lo demás que nos merecemos por ley y que, por hacerlo, no nos digan que somos desagradecidos, que no les devolvemos el "favor" que nos hicieron al darnos un puesto de trabajo, que los "traicionamos" y "no nos pusimos la camiseta". Quiero un Perú en el que se te respete por lo que haces y no se te trate como un pedazo de maquinaria, como un "recurso humano" aprovechable y dispensable.

4. Quiero un Perú en el que la derecha y la izquierda se respeten al caminar, en el que las líneas de la calzada no sean solo sugerencias que todos pasan por encima, en el que dos carriles sean dos carriles y no cuatro. Un país en el que los conductores no borren de su campo visual a los peatones y estos tengan que hacer piruetas para pasar de un lado al otro de la calle, arriesgando sus vidas. Solo el 5% tiene automóvil. No quiero un Perú en el que vivamos en una dictadura de la minoría más fuerte, que insulta y acelera en lugar de callar y detenerse para dar pase al más débil, el que no tiene una máquina de una tonelada para defenderse. Quiero un país en el que el PARE de las esquinas signifique contar hasta tres, ver si viene un auto o un peatón y estar consciente de quién tiene la preferencia, sin gritos, sin discusiones, sin insultos, sin bocinas.

5. Quiero un Perú en el que los peatones sean igual de responsables. En el que crucen por las esquinas y usen los cruceros peatonales, los puentes y caminen por la veredas. Quiero un Perú en el que los padres no arriesguen las vidas de sus hijos haciéndolos cruzar por donde sea. Quiero un Perú en el que las ambulantes que dan desayuno en las esquinas no pongan sillas en la pista y los patancitos de la cuadra no caminen en medio de la pista esperando que los autos los esquiven porque viven por ahí y se creen los dueños del asfalto cercano a sus casas.

6. Quiero un Perú en el que nos atrevamos a decirle al policía malcriado, ignorante o corrupto "usted no es mi jefe, yo soy el suyo porque le pago con mis impuestos y yo puedo decirle que está haciendo mal su trabajo". Que podamos acercarnos a un efectivo y decirle que realmente es un "defectivo" que no hace respetar su uniforme y que el hecho de que le paguen poco no significa que tenga que dejar de hacer su trabajo, porque, de ser eso una excusa, entonces el 99% de peruanos no trabajaríamos. Quiero un Perú en el que el policía no exija respeto, sino que imponga autoridad con el ejemplo, con el conocimiento y la aplicación de la ley.

7. Quiero un Perú en el que me dejen pasar cuando estoy entrando a un supermercado que decidió poner un banco en su puerta pero no le enseña a sus clientes desconsiderados a hacer bien la cola, de a uno, pegados a un lado en el que no sean un obstáculo para quienes queremos pasar. Quiero un país en el que quien sacó sus cosas del carrito o la canastilla de compras tenga la mínima educación de ponerla a un lado y no dejarla tirada en medio del corredor para que el siguiente cliente sea quien arregle su desorden. Quiero un país en el que la cajera que tiene un problema con un cliente le avise a los que están esperando detrás que va a demorar y que, si desean, pueden pasar a otra caja.

8. Quiero un Perú donde las combis respeten los paraderos no solo para dejar pasajeros, sino también para recogerlos. Donde no pongan la radio a todo volumen y se olviden que tienen vidas en sus unidades, vidas que deben cuidar en cada cuadra, en cada esquina, en cada curva. Quiero un país en el que, si no lo hacen, pueda llamar a alguien que me proteja de ellos, que los sancione ejemplarmente, que les ponga una multa y que la paguen porque se la merecen. Y que no sigan manejando por irresponsables y asesinos.

9. Quiero un Perú en el que, cuando vea a los políticos, no desconfíe de cada una de sus palabras. En el que mis representantes en el Congreso lo sean realmente, y que no representen solo a sus familiares y amigos. Que digan la verdad, que no inventen cuando no saben, que reconozcan sus errores y que piensen y hablen por sí mismos y por quienes los eligieron, no por los partidos que los cobijaron porque pagaron mil dólares más que alguien más decente que ellos. Quiero un país en el que pueda elegir si un congresista debe o no seguir en su puesto porque es un corrupto, un mentiroso, un aprovechado o porque no cumplió con su trabajo como lo esperábamos quienes lo elegimos. Quiero un país en el que tengamos menos líos de congresistas mediocres y más tiempo para solucionar los problemas de los que los eligen esperando que algún día alguien los represente de verdad. Quiero un Perú donde por lo menos hayan 120 personas honestas, que devuelvan la categoría de Palacio a la sede del Poder Legislativo. Quiero un Perú en el que los políticos hablen menos y den más el ejemplo con sus acciones.

10. Quiero un Perú en el que todos los medios sean sinceros. En el que no crean que, por ser el "cuarto poder", pueden hacer y decir lo que les da la gana. Que no sean abusivos y que, si tienen intereses ideológicos, políticos, económicos, religiosos, etc. lo digan abiertamente y no se escondan detrás del sagrado derecho a la libertad de expresión para meterle por el rabo sus mentiras y manipulaciones a un pueblo que necesita crecer, creer y no ser mecido. Ya tenemos suficiente con los políticos para esto. Quiero un Perú en el que los medios no creen ni utilicen organizaciones defensoras de las libertades para solo defender sus negociados y las mermeladas propias y de sus amigos. Quiero un país en el que los medios digan abiertamente, como lo hacen en otros lugares más civilizados, que apoyan a un proyecto político y a su candidato. Y que expongan sus razones sin denostar ni destruir a nadie que no está de acuerdo con ellos. Quiero un país en el que las empresas y los grupos de poder no compren el silencio o los ataques de los medios.

11. Quiero un Perú en el que todos sepamos adónde ir cuando nos mienten, cuando nos engañan, cuando se aprovechan de nosotros. Y que no tengamos que hacer colas ni pagar porque nos defiendan. Que seamos escuchados cuando necesitamos que nos escuchen y que nuestros reclamos sean resueltos con rapidez, eficiencia y buena onda. Quiero un país en el que no tenga que quedarme callado cuando me pasan por encima solo porque todos callan, porque todos se han resignado, porque todos dicen "así es el Perú, ¿qué se va a hacer?". Quiero que se pueda hacer, que el Perú no "tenga" que ser de una determinada manera, que seamos lo que queremos, que se respete a las minorías y que nadie se burle de las diferencias.

12. Quiero un Perú en el que pueda lanzarme al Congreso solo, sin tomarme fotos enternado, sino mostrando mis brazos tatuados, sin que nadie me tenga que decir lo que tengo que decir para llegar a hacer algo por mis hijos y los tuyos. Quiero un país en el que, si un partido me acepta, no sea porque soy negocio para sus líderes, que me dejen decir lo que pienso, lo que quiero, así esté en desacuerdo con sus consignas. Un país en el que puedo ser congresista y decir "NO votaré con ustedes porque NO estoy de acuerdo" y que no tenga que escapar de mis principios porque me dieron espacio para representar a quienes quieren que hable por ellos. Quiero un Perú en el que tenga verdadera libertad para hablar en el lugar donde debo hablar para que las cosas cambien, sin bancadas pétreas, sin arreglos debajo de la mesa, sin toma que te doy, sin lobbies ni regalos que devolver.

13. Quiero un Perú donde la educación no sea un privilegio de pocos, sino un derecho de todos. Un país donde no me impongan una cruz o un número seguido de varios ceros para poder saber algo más de lo que supieron mis padres. Quiero un país en el que mis neuronas y mis inseguridades sean tratadas con libertad y no adiestradas con temores. Quiero un Perú en el que pueda cuestionar lo que me enseñan en lugar de paporretearlo para sacarme un 11 que me vuelva un mediocre o un 20 que me haga creer que soy un mejor ser humano que otros que no tienen las mismas oportunidades que yo. Quiero un Perú donde la educación la hagan los estudiantes, exigiéndoles a sus maestros a ser mejores cada día, a saber más que ellos, a estar un paso más adelante. Y quiero un país en el que mis profesores ganen de acuerdo a sus méritos, no porque son amigos de este líder sindical o porque le huelen los pedos a este ministro o congresista del mismo partido al que pertenecen.

14. Quiero un Perú donde los niños no tengan que limpiar lunas de los carros ni hacer malabares en las esquinas para comprarse un lápiz con el cual aprenderán luego a votar por el que les regale una bolsa de arroz o un calendario.

15. Quiero un Perú donde no tengas que esquivar escupitajos en cada esquina, donde no tengas que arrodillarte para exigir tus derechos como si fueran favores, donde no tengas que comer de las sobras de tus jefes, quienes luego te botan a patadas y le dan una coima al inspector laboral para que pase por alto lo que te corresponde por tus esfuerzos.

16. Quiero un Perú donde las personas sepan que a su lado camina otro como ellos, que no lo atropellen, que no lo pisoteen, que no lo obvien ni lo olviden. Quiero un país donde tengamos consideración por el otro, en el que no vivamos como si fuéramos los únicos habitantes de una isla en la que peleamos con monos por conseguir uno de tantos cocos en uno de tantos árboles. Quiero un Perú donde respetarnos sea automático, no forzado ni impuesto por multas y letreros amenazadores en oscuras esquinas en las que cualquiera te puede robar o golpear.

17. Quiero un Perú donde la calle no sea de nadie, sino de todos y de cada uno. Quiero un Perú mío y tuyo, pero también nuestro. Quiero un país donde la cola sea de a uno, donde tengamos ojos a los lados y no solo al frente para recordar que donde nos paramos a conversar o donde dejamos estacionado el auto es también el lugar por donde podría pasar una joven pareja con su bebé en un cochecito que tendrán que sacar a la pista porque tú te olvidaste que no solo vives, sino que convives.

¿Quién aceptará mis planteamientos? ¿Quién se atreverá a no cobrarme un centavo ni pedirme nada a cambio para permitirme entrar al Congreso con estas ideas? ¿Quién va a permitirme ser yo durante cinco años y decir lo que pienso para hacer de este país un mejor lugar para todos? ¿Quién va a darme un número sin que tenga que decir que comulgo con su ideología, que soy "ista", sino que solo quiero llegar al Congreso para poner en práctica mis ideas sobre lo que creo que debe ser el Perú? A ver... quiero ver quién.

Nadie lo hará. Ningún partido tendrá los cojones. Y los demás candidatos seguirán haciendo sus ofertas. Y los partidos seguirán vendiendo números a quien les dé o les prometa más. Solo por eso no seré congresista ni serán congresistas ni presidentes los miles que piensan y quieren lo mismo que yo. Y el Perú seguirá siendo de algunos, justamente de quienes no debería ser.

viernes, 11 de junio de 2010

Fútbol, mecanismo de control social

Encontré este artículo en Voltairenet.org. Lo comparto.




La XIX edición de la Copa Mundial de Fútbol coincide con la primera crisis económica internacional del siglo XXI, que se mantiene como una amenaza vigente, sobre todo en economías como las de Grecia, España, Portugal y México. En ese contexto, la justa deportiva refrendará su papel como mecanismo de control social, consideran académicos.

Un partido de fútbol, coinciden especialistas, puede derivar en complejos mecanismos de control, como la manipulación, la persuasión, las cortinas de humo, las válvulas de escape e incluso la confrontación. Invariablemente, éstos se ejercen desde el poder y se dirigen a un público masivo. De preferencia, a las clases populares.

El doctor en antropología e investigador de la Universidad Iberoamericana, Roger Magazine, considera que la manipulación no es tan obvia como para que las personas puedan resistirse o quejarse.

“Mucha gente diría: ‘si esto es manipulación, no está mal. Me gusta ver el fútbol por televisión’”, indica el también autor del libro Azul y oro como mi corazón: masculinidad, juventud y poder en una porra de los Pumas de la UNAM.

Este 11 de junio, la Selección Mexicana inaugurará la Copa Mundial, al disputar el primer partido con el anfitrión, Sudáfrica. El juego será transmitido por televisión abierta. También habrá narraciones radiofónicas.

Ese viernes se espera que los mexicanos sólo hablen de fútbol, que olviden las decenas de ejecuciones que a diario se cometen en el país o la pérdida del empleo y del valor adquisitivo de sus salarios.

“El entretenimiento es la técnica persuasiva básica”, explica Jaime Viaña, sicoanalista y académico en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Recuerda que el mejor ejemplo de ello son las campañas de Paul Joseph Goebbels, ministro de propaganda en el gobierno de Hitler y responsable de la popularidad del régimen fascista nazi.

Viaña señala que el considerable espacio asignado a la sección deportiva en los medios de comunicación cumple con una función ideológica. Se trata de la antigua receta romana: “Al pueblo, pan y circo”.

Imposición cultural
El papel de los medios incluye la imposición de patrones culturales. Layla Sánchez Kuri, maestra en ciencias de la comunicación y profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, analiza que éstos tienen por objeto hacer del fútbol una industria que crea necesidades falsas, hasta que alcanzan el rango de formas de control social.

Los 22 jugadores, líderes carismáticos, portan tacos Nike o Adidas. Sus playeras se atavian no sólo con los colores de la bandera que representan, sino con varios logotipos de trasnacionales.

“Se ha perdido la esencia del fútbol porque se ha sobrevalorado. Ahora todo es dinero”, critica el futbolista Alberto Aguilar, ex integrante de las fuerzas básicas del Cruz Azul. Agrega que el éxito de este deporte con las masas se basa en su sencillez: “El fútbol atrae a tantas personas porque es muy simple, es primigenio”.

La XIX edición de la Copa Mundial de Fútbol coincide con la crisis económica internacional, que inició en Estados Unidos a mediados de 2008 y que aún mantiene en jaque a economías europeas. A pesar de generar ganancias, este rentable torneo no contribuirá a superar la crisis.

Para que el Mundial tuviera posibilidades de generar una expansión económica, tendría que producir un cambio cualitativo: incrementar el producto interno bruto, además de aumentar el nivel de vida y el índice de desarrollo humano. Sin embargo, sólo crea condiciones para el lucro, explica Miguel Ángel García, consejero técnico estudiantil de la Facultad de Economía de la UNAM.

En Alemania 2006, la Copa Mundial que antecede a Sudáfrica 2010, se recaudaron alrededor de 700 millones de dólares, de acuerdo con el Informe sobre las finanzas de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) de ese mismo año. La suma del rescate financiero de la actual crisis asciende a más de 12 billones de dólares.

“Hay una diferencia muy grande entre lo que los gobiernos y empresas utilizan para sacar al planeta de la crisis y las ganancias que trae un Mundial”, refiere el economista.

Miguel Ángel García agrega que el impacto económico no es el mayor beneficio que obtienen sus organizadores y patrocinadores: la utilidad mayor es perpetuar las formas de dominio.

Ernesto Priani Saiso, filósofo y catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras y estudioso de las relaciones de poder que se dan en la cancha, explica que “los medios de comunicación, los grandes inversores y el poder político aprovechan el fenómeno del fútbol y lo ocupan para favorecer sus propios intereses”.

Agrega: “La idea es: si yo logro convencerte a ti de que la Selección es una promesa mayor de lo que realmente es, voy a lograr que compres cosas, veas mis programas y disfrutes de la ‘calma social’”.

Estadios, termómetros de la violencia
La calma social, sin embargo, no siempre es el fin. Uno de los mecanismos de control social que se ejercen a través del juego es justamente lo contrario: la confrontación física y verbal. Los estadios de fútbol son ahora espacios propicios para la confrontación y pueden ser vistos como “termómetros del nivel de violencia social”, expone Layla Sánchez.

“Es el divide y vencerás”. Por ello se utiliza un lenguaje marcial: los comentaristas narran, con exacerbado nacionalismo, las “batallas” deportivas. En vez de ver futbolistas, vemos a soldados que van a pelear por un país, critica la comunicóloga.

Fútbol, objeto de atención del poder
Roger Magazine reconoce la dificultad de identificar dónde termina la manipulación y dónde empieza el surgimiento de algo crítico. Para él, el fútbol puede ser “el opio de las masas”, pero también un lugar donde surgen molestias.

En México, durante la inauguración del Mundial de 1986, la gente recibió con una “sonora rechifla” al entonces presidente Miguel de la Madrid, por su incapacidad de enfrentar, un año antes, la contingencia del terremoto, narra Juan Villoro en Dios es redondo.

En palabras del reconocido escritor: “La incontrolable multitud puede descubrir una voz propia y una conciencia crítica al reconocerse en forma espontánea como una fuerza circular”. (Con información de Isabel Argüello / Flor Goche / Edgar Guzmán / Elva Mendoza)

Los aficionados al fútbol asocian los triunfos de la Selección Mexicana con el desarrollo del país, y sus derrotas, con el retroceso del mismo: estudio Bajo estado de ánimo, si la Selección no pasa, realizado en 2010 por De La Riva Group, empresa especializada en investigaciones de mercado.

El fenómeno futbolero, un niño envuelto
Temor y entretenimiento: con estos ingredientes ya se puede preparar niño envuelto, asegura el sicoanalista Jaime Viaña.

El profesor universitario recurre a la analogía de Gustavo Le Bond en La sicología de las multitudes y asimila a las masas (fanáticos potenciales del fútbol) con los niños.

El costo, reflexiona el sicoanalista: “Un detrimento de la inteligencia para preservar el infantilismo síquico. Y es que el infante no puede sofocar sus exigencias pulsionales mediante la razón, sólo la amenaza o la fantástica promesa apaciguan la falta del objeto anhelado… el cáliz sagrado, la copa”.

La “fútbolización” del Estado
Para el Estado, el deporte, y el fútbol en especial, juega un papel sumamente importante y múltiple como forma de control de la población. A la masa, la enajena y la “hace feliz” al impedirle ensimismarse en sus problemas reales y tomar conciencia de su situación de explotada, marginada y humillada. Le ahorra la preocupación de buscar una salida a su condición de paria, sostiene el sociólogo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Arturo Palacios Aguirre.

Para que funcione la maquinaria de explotación del pueblo, el Estado desarrolla mecanismos de control y represión. Uno de ellos es el fútbol, cuyo uso político por parte del gobierno, los partidos y los grupos cierra el círculo de enajenación y control. Recuérdese 1968: la feroz represión del gobierno de Díaz Ordaz estuvo acompañada de una descarada campaña que ensalzaba las olimpiadas para “borrar” la masacre, agrega.

La política, como se sabe, es la esencia de la actividad del hombre en la sociedad. Una actividad, una idea, un recurso, una personalidad, son palancas políticas en la medida en que mueven a las masas y son capaces de unificar voluntades para movilizarlas en pos de un objetivo concreto. En esa medida cobran importancia y reciben atención preferente de los partidos, clases, gobiernos, que buscan palancas políticas eficaces para agrupar a las masas en su derredor y hacerlas marchar bajo su dirección.

Desde este punto de vista, el fútbol es una importante palanca política de la que hacen uso discreto los gobiernos para conquistar simpatías y adhesiones. Y ésta es la importancia y la explicación que el gobierno mexicano concede al fútbol.

Para el catedrático de la UAM, en el capitalismo el rasgo más esencial del deporte, y del fútbol en particular, consiste en que se le trata como una actividad eminentemente comercial, como un negocio. El deportista es una mercancía que se cotiza en el mercado según su valimiento. Esto lo convierte en un ser egoísta, lo envilece y lo prostituye.

Así, dice, la causa desencadenante de su esfuerzo deportivo no es una causa noble, no es “el amor a la camiseta”, “el espíritu deportivo” o “el amor a la patria”, sino su interés por un sueldo elevado, las regalías y los premios. El deportista profesional no “juega”, trabaja; y quienes lo patrocinan tampoco están “fomentando un deporte”, están realizando un negocio. Así se explica la proliferación de clubes “dueños” de uno o varios equipos y la profesionalización de los deportistas en México y en todo el mundo.

El mismo hecho queda reflejado en el escaso interés que el Estado dedica a la educación física y el deporte de la juventud y de la sociedad entera. En la práctica, la casi nula actividad deportiva se reduce a los ridículos balbuceos que maestros mal preparados enseñan a los jóvenes en las escuelas primarias y secundarias. Ni en la primaria ni en la universdad hay actividad física programada. Fuera de las escuelas, la intervención del Estado en la actividad físico-cultural y deportiva de la sociedad es totalmente insignificante y marginal. La actividad deportiva descansa, totalmente, en manos privadas que la explotan comercialmente.

Por eso, precisamente, con motivo de la celebración del Mundial, del 11 de junio al 11 de julio, en Sudáfrica, la propaganda y los comentarios relativos al evento alcanzan niveles asfixiantes. El mundo y México transpiran fútbol. No hay manera de escapar a esta euforia futbolera, a la estupidización colectiva.

Palacios Aguirre agrega que el fútbol, a diferencia de otros deportes y entretenimientos, ocupa siempre un lugar destacado en la vida de mucha gente, atrae la atención de núcleos importantes de la población y ejerce considerable influencia sobre las clases populares.

“Por eso no es nada raro que funcionarios de alto nivel, incluido el presidente de la República, hagan a un lado asuntos de mayor importancia y se muestren más preocupados por los resultados de los partidos que por los problemas de sus respectivas carteras; reciban en sus despachos a futbolistas de prestigio con más atenciones y honores que a un diplomático de alto rango, y les otorguen premios que ya quisieran para sí algunos investigadores destacados.”

La crítica convencional
Para el sociólogo Arturo Palacios, la importancia concedida al fútbol por parte del pueblo es una expresión clara de su bajo nivel cultural y un resultado de la capacidad manipuladora y enajenante de los grandes medios masivos de comunicación, que han inducido con su propaganda esta especie de adoración masiva, de histeria colectiva en torno al fútbol y a sus practicantes.

“En cuanto a las autoridades, al Estado, se pretende que su ‘futbolización’ sea síntoma del carácter absurdo, irracional, del sistema capitalista, de la inversión de valores que produce; algo así como el acto inconsciente de una mentalidad colectiva desorganizada e irresponsable. Es frecuente encontrar en las prensa expresiones como: ‘no exagere, señor presidente’, “el honor nacional no está en los botines de la Selección”, etcétera, a propósito de alguno de los actos oficiales relacionados con el fútbol. Tales frases pretenden expresar que la conducta de las autoridades es un despropósito, un error de óptica, algo desmesurable e injustificable.

“Y sin embargo no es así. La crítica que hace descansar en el atraso de la masa y el poder manipulador de la televisión de un lado, y en la irracionalidad del capitalismo de otro, el fenómeno de la futbolización de la sociedad, es una crítica relativamente convencional por cuanto no va a la raíz de la cuestión. En realidad, el fenómeno del fútbol, como la televisión misma o la pornografía, no puede ser explicado por alguna o algunas causas, en forma definitiva. Son fenómenos que están totalmente integrados al sistema, forman parte consustancial del mismo, lo explican y lo sostienen tanto como el sistema entero explica, sostiene y alimenta al fútbol, la televisión enajenante o la pornografía.

“El capital en general tiene en el fútbol un buen recurso para captar la atención de la masa y para hacerla que encienda su aparato de televisión y bombardearla con la propaganda de las mercancías. Mientras el espectador ‘se divierte’, recibe, sin darse cuenta, múltiples “mensajes” disfrazados de comerciales. De este modo va siendo condicionado para que consuma cualquier cantidad de productos. El comercio televisivo, por su parte, al ganar mayor auditorio, mejora su negocio, pues crece el número de anunciantes que están dispuestos a pagar cantidades exageradas por ‘un minuto’ de propaganda o por un spot”.

Los comerciantes del deporte y la televisión se dieron cuenta, hace mucho tiempo, que sus respectivos negocios pueden prosperar mucho más aprisa si se unen y apoyan mutuamente. Por esta razón, en la actualidad, los consorcios televisivos y los “dueños” de los clubes deportivos forman una sola empresa destinada a enajenar, a embrutecer al público, al pueblo, a las clases más desprotegidas cultural y económicamente, mediante un continuo bombardeo de propaganda consumista mientras le hacen “disfrutar” un partido de fútbol.

Los dueños de los clubes deportivos, a su vez, ven subir sus utilidades como la espuma, tanto porque la propaganda acarrea espectadores a los estadios, como porque crece el monto de las regalías que cobran por “derechos de transmisión” del evento futbolero.

Así pues, no sólo es la televisión la que se beneficia con la popularización, con la propaganda exagerada acerca de las excelencias del fútbol, ni tampoco los dueños de los clubes deportivos, ni sólo los anunciantes, sino toda la clase capitalista en su conjunto. Los únicos perjudicados son los pobres, los humildes, las clases populares que, gracias a su indefensión cultural y económica, son víctima de las mentiras, las frases hechas y los falsos valores con que los bombardean de día y de noche la televisión.
Por eso, a pesar de su aparente carácter progresista y radical, es un craso error, un claro espejismo intelectualoide, la crítica convencional de los partidos y personajes de la “izquierda culta” que pretende que la preferencia del Estado por el fútbol no merece otra cosa que el desdén, el desprecio. La fútbolización del Estado es un claro y peligroso acto de la lucha de clases que merece toda la atención de los sectores progresistas dispuestos a esclarecer los verdaderos objetivos de la futbolización del Estado entre el pueblo. Cualquier concesión en este terreno, aunque se disfrace de “superioridad intelectual”, es un retroceso imperdonable.

Finalmente, Arturo Palacios considera que, para acabar con esta situación, “lo que se necesita no es salir del subdesarrollo, sino del sistema capitalista y luchar por una organización social más equitativa e igualitaria, que verdaderamente le dé su lugar e importancia al fútbol en particular y al deporte en general como forma integral del desarrollo físico y emocional del pueblo”. (José Réyez)

sábado, 5 de junio de 2010

6 de junio: El Día del Pecado

Nos han hecho creer, para poder controlarnos, que la naturaleza humana ha sido maldecida por Dios con el pecado original.

Nos han hecho creer, para volvernos débiles, que debemos arrepentirnos de nuestras tendencias más naturales, calificando de pecado todo aquello que es propio de nuestra pertenencia al género humano.

En honor a la naturaleza humana, toda ella completa, y para reflexionar acerca de cuán engañados nos ha tenido el cristianismo por veinte siglos, decidí instaurar el Día del Pecado el 6 de junio de 2006 (6.6.6).

La idea detrás de esta celebración es cambiar nuestra conciencia, reconociendo que el pecado no existe, que fue inventado, que fue creado para espantarnos de nosotros mismos y apagar la fuerza natural de una humanidad que podía regirse por sí misma, que podía hacer de su voluntad la verdadera moral, una moral regida por el respeto a nuestras inclinaciones más básicas y no por el temor a un castigo eterno.

El Día del Pecado se celebra cada 6 de junio a modo de protesta contra la opresión de las religiones, en especial la cristiana, y a modo de exaltación de la grandeza de la naturaleza creativa del ser humano, aquella que, cuando es doblegada por el temor, la debilidad y la inseguridad, nos aleja de nosotros mismos y nos hace inclinarnos ante falsas deidades, sacerdotes aprovechados y mitos plagiados de otros más antiguos. Pero, cuando se usa para desarrollarnos, saca lo mejor de nosotros, las obras artísticas y científicas más excelsas, aquellas que mejoran nuestras existencias y nos acercan, a través de la búsqueda constante, a una divinidad interior que no requiere de templos, de sectas, de representantes imperfectos que se hacen pasar por perfectos y crean instituciones que promocionan el temor y la debilidad como requisitos para ser felices.

El Día del Pecado es el día de los fuertes, de quienes no aceptamos ser oprimidos, de quienes queremos ser respetados por nuestra individualidad. Es el día de quienes queremos decirle a los líderes del mundo que ellos podrán oprimir a los que los temen, pero que a nosotros no nos controlarán, que nosotros nos controlamos a nosotros mismos, porque somos suficientemente responsables y dignos para ello.

No es un día de ateos, de satánicos ni de anarquistas. Es un día de quienes creemos en el dios interno, en el poder propio, en la voluntad humana, en el plan de uno mismo, en la eternidad de la propia decisión, en el cielo de nuestras ideas propias y en el infierno de la no aceptación de lo que nos impone la sociedad cristianizada.

El Día del Pecado es un día para exaltar la responsabilidad humana, la capacidad que tenemos todos de dirigir nuestras vidas sin que nadie nos apunte con el dedo. Es un día en el que recordamos que la salvación depende de nuestra convicción y no de la opresión de quienes les dijeron a nuestros abuelos y a nuestros padres que solo un camino es el verdadero.

Hoy es un día para reflexionar en que la culpa de lo que hunde al mundo en la oscuridad es de quienes nos imponen una verdad como la única. Es un día para aceptar que esa verdad no ha hecho libre a nadie, que solo la duda y el cuestionamiento es lo que nos hará libres.

Hoy es el día de la voluntad, aquella que fue bautizada como pecado por quienes necesitan destruir el libre pensamiento para obtener su propio poder.

lunes, 31 de mayo de 2010

El PBI automovilístico

Ayer que iba a la kermés del Markham con Gia, un idiota se posó sobre el crucero peatonal. Se posó como se posan los palomos sobre las palomas, con orgullo, sin preocuparse del resto, con cierta fanfarria.

No era chofer de combi, tampoco era taxista. Era un "educado" piloto de su propio auto, ya entrado en años (aunque los años no hubieran entrado en él). Le reclamé (suelo hacerlo de manera educada) y el malnacido me respondió, me increpó, me atacó verbalmente frente a mi hija de tres años.

Le dije que iba a llamar a un policía (ejercicio inútil porque seguro que el agente -usualmente un uniforme con patas- iba a decirme que me abriera y no hiciera más problema). Y claro, como aquí nadie cree ni respeta a los policías de tránsito, muchos de los cuales solo saben mover la mano como monos para "dirigir" el flujo vehicular y estirarla para recibir monedas que le tiran desde las combis como si fueran orientadores.

Me gritó, me insultó, me dijo que el equivocado era yo, que no podía decirle nada porque no sabía lo que había pasado con el auto que estaba delante de él, razón por la cual estaba en esa posición.

Cuidando que mi hija no se asustara al ver a su papá discutiendo en la calle, finalmente solo le dije que estaba yendo en contra del reglamento, exponiendo la vida de los peatones (que no existimos en este país de autos monstruosos que se apoderan de todos los espacios existentes y de autoridades que pasan por alto las normas que ni ellos conocen o ni siquiera les interesa hacer respetar).

Me gritó más fuerte, me insultó nuevamente.

Por supuesto, no quise que mi hija siguiera escuchando los eructos mentales del malnacido, a quien no le importa que una niña de tres años sea puesta en riesgo teniendo su padre que abrirse invadiendo el carril que está en verde, en pleno cruce de Benavides con República de Panamá, donde los ómnibuses, inmensos e imparables, maniobran peligrosamente para sobrepasar a los autos que se disponen a voltear, casi subiéndose a la vereda.

Solo me quedó decirle a mi hija: "Mi amor, eso que hizo el señor está mal. Los autos deben dejar pasar a la gente que está caminando. No te asustes, ya se fue y tu papi siempre te va a cuidar. Por eso siempre te digo que tienes que mirar y cruzar la pista siempre agarrada de la mano de tu papá, tu mamá o tu abuelita, nunca solita".

Mientras aleccionaba y tranquilizaba a mi hija, un taxista, seguramente dueño de decenas de papeletas sin pagar; quizás con la licencia suspendida y/o sin SOAT, me gritó "¡Loco!".

Así es este país. El que reclama, el que educa, el que exige sus derechos, el que defiende la integridad de sus hijos, el que se atreve a hacerle frente al caos es un loco. Así es el Perú en crecimiento, cuyo Producto BRUTO Interno sube en todos los sentidos, y de lo cual nos sentimos orgullosos.

En una ciudad donde para los choferes el peatón es menos importante que un mojón de paloma que cae caprichosamente en la pista, en el que al policía le interesa más su conversación por celular que la vida que deberían proteger, a los peatones solo nos queda agarrarnos bien de la mano de nuestra mami o nuestro papi y tratar de sobrevivir. Solo nos queda correr, sortear malnacidos, cerrar la boca y estar asegurados.
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