No suelo hablar de política, ya que mi interés primordial en la vida va por otros rumbos. Sin embargo, en estas fechas, es inevitable hacerlo.
Siempre he sido claro sobre mi postura ante el voto obligatorio. Creo que es una falla del sistema democrático. El voto voluntario es, para mí, un requisito ineludible en una sociedad que se jacta de ser una democracia en todos sus extremos. Obligar a la gente a votar -no importa con qué excusa o estudio o justificación sociológica o psicológica- me parece una manera de perpetuar la ignorancia y la elección de autoridades mediocres que no deben hacer ningún esfuerzo para convencer a un pueblo que no muestra interés en propuestas, sino que se ve obligado a votar para evitar una multa que la mayoría no puede pagar porque dejaría de comer uno, dos, tres o más meses.
Es fácil sonreír o dar dinero o prometer ayuda o regalarle a alguien un polo o un gorro que le servirá para evitar comprar los que necesita para enfrentar las inclemencias del clima y con eso obtener un lugar en el top of mind del elector que decide en la cola mientras conversa ligeramente con los demás sobre "¿por quién vas a votar?".
La esencia del fracaso de nuestro sistema democrático es que no es democrático desde su primera premisa: el voto voluntario.
Es por ello que, elección tras elección, como no puedo ejercer la opción de no ir a votar si no me convence ningún candidato y no quiero sentirme obligado a endosarle a nadie mi confianza ni votar por el mal menor, tomé la decisión libre, democrática y constitucional de expresar mi disconformidad con el voto obligatorio viciando el mío. Y eso también es democracia. Tener la potestad de no apoyar a nadie en las elecciones porque no apoyo el sistema fallido que lo pondrá al mando de nuestro país.
Mientras no se elimine el voto obligatorio no le regalaré mi voto a nadie que no me convenza como se debe convencer a un pueblo que se respeta y al que se quiere servir, no del cual uno se quiere servir al llegar al poder.
Si me siguen en mis redes sociales, en especial en Twitter, verán que no les será fácil identificar si apoyo o no a algún candidato en particular y serán testigos de cómo me regalo la oportunidad de señalar lo bueno o -con mucha más frecuencia- lo malo, de cualquier postulante, ya sea al Congreso, la Alcaldía o la Presidencia, según el proceso en el que estemos.
Claro, siempre habrán personas con medio cerebro que lean una publicación mía de 140 caracteres criticando a alguien y, solo con ella, asuman que esa es mi posición universal frente al proceso electoral y sus participantes. Pero ese no es mi problema. La incapacidad de ver más allá de sus rodillas es rollo de cada uno.
Así que, si me lees criticar a alguien o aplaudir a otro en estas semanas previas a las elecciones, sea candidato al Congreso o a la Presidencia, no te hagas ilusiones. No significa que votaré por tu candidato preferido ni que estoy atacando al que odias. No votaré por ninguno. Y esa decisión no tendrá que ver con ese candidato ni con lo que tú, los medios o las redes sociales tengan que decirme sobre él. Tiene que ver con una postura frente a un sistema que le da el mismo valor al voto de un ciudadano informado que al de alguien que leyó un meme o recibió un polo o tomó su decisión por la cantidad de personas a su alrededor que votarán por el mismo que él.
Todos tenemos el mismo derecho a votar y eso no lo pongo en duda. Pero todos tenemos también el derecho a no votar, y ese es un derecho secuestrado en nuestro país. Y mi vía para expresarlo, por el momento, es votar viciado.
P. D. Si aún crees que el voto viciado termina apoyando al candidato ganador o algo así, te invito a leer un post que escribí hace unos años sobre ese mito de marras.
Alfredo Draxl al lado del actual superior general
del Sodalicio, Sandro Moroni
San Aelred era una comunidad sodálite que quedaba a un par de cuadras del cruce de las avenidas Brasil y Pershing. Corría el año 1987 y unos diez muchachos recién salidos del colegio e integrados al Sodalicio un año antes recibíamos de Luis Fernando Figari la gloriosa oportunidad de pasar un mes de prueba en la emblemática comunidad.
Figari bautizó como "formadores" a los que no eran superiores de la casa, pero tenían el encargo específico de probar durante un mes a los aspirantes a la reclusión comunitaria que desembocaría en la cloaca del terror de San Bartolo. El formador al que se nos encargó no me era desconocido. Había sido mi profesor de Filosofía y Lógica en mi colegio en cuarto o quinto de secundaria (se me confunden las fechas porque entre sexto grado de primaria y quinto de media tuve varios profesores sodálites, entre ellos Alberto Gazzo, Raúl Masseur, Jorge Cuervas y otros más cuyos nombres se esfumaron de mi mente tal vez por asepsia.
Recuerdo a Alfredo Draxl como un ente pálido, citripiesco en su manera de andar y gesticular, de mirada gélida y sonrisa vampírica (tanto en lo misteriosa cuanto en lo hipnótica). Una mirada de Draxl era la fusión definitiva entre pavaso e hijo de puta. Ya me había predicado cuando me tuvo como alumno, ahora le tocaba desollarme y evaluar si era apto para mudarme a una comunidad sodálite. Él reportaba directamente con Figari, sin intermediarios ni estorbos. Y Figari, como siempre y como en todo, era quien finalmente alzaba o bajaba el dedo.
Draxl era tan cálido como el hielo seco. Tal vez por eso Figari lo premió con tan alta responsabilidad. Era el Vlad Draculea Tepes del Sodalicio ese noviembre-diciembre del 87.
Se la agarró conmigo. Puede ser que por encargo de Figari, puede ser que por propia decisión, puede que por una mezcla de ambas.
Uno de los primeros castigos que recibí de Draxl fue una mañana, muy temprano. Parte de nuestra rutina diaria era salir a correr por la Brasil, pasando por Pershing y la residencial San Felipe y llegando a San Isidro. Ida y vuelta. Sin parar. Sin importar si en el colegio habías desaprobado Educación Física (mi caso). Y, como supondrán, yo era el último de la manchita de maratonistas improvisados por Draxl para servir como mitad monjes y mitad soldados a Figari y su misión de reevangelización del mundo.
Draxl iba detrás del último con una delgada rama de árbol de más o menos 80 cm. Alzaba la rama amenazando con golpear la corva (la parte trasera de la rodilla, en la curvita) del rezagado. Su sonrisa cuando golpeaba no se escondía bien detrás de su agitada respiración. Y a mí me cayeron varios de esos golpes en el mes de prueba en San Aelred. Y cómo ardían. El primero fue el que más dolió. Creo que fue en mi segundo día ahí.
No recuerdo el motivo por el que me hizo dormir en la escalera casi todo el mes que pasé en la comunidad. Porque, eso sí, los castigos, aun cuando fueran absurdos, nunca eran caprichosos. Creo que porque no enchufé la refrigeradora una noche y la cocina amaneció encharcada. No sé si fue por eso. Lo que sí recuerdo es que por lo de la refri sí recibí otro castigo, que era escribir mil veces "No debo dejar la refrigeradora desenchufada". Las mil con la misma letra. Y entregar las hojas antes de que se despertara al día siguiente. O sea, toda la noche escribe que escribe, sin dormir.
Volviendo a mi lugar asignado para dormir. San Aelred era una casona antigua. Y la escalera era fría, de mármol o algo parecido. Blanca. Lisa. Con barandas de fierro y madera. Sé que se la imaginan. Ahí era donde debía invocar a Morfeo cada noche durante casi un mes. Encorvado, partido, tratando de buscar una posición que me permitiera conciliar el sueño por algunas horas. Pero nada de colchonetas o frazadas debajo. Pijama nomás entre el cuerpo y los helados escalones. Podía taparme con una frazada, eso sí. Y en esos gélidos y duros escalones era donde escuchaba la voz de Draxl cada mañana, antes de las seis: "¡Mitad monjes!". Y de ahí salía mi confirmación de que ya estaba listo para empezar la jornada: "¡Mitad soldados!".
Una noche, y esto ya lo conté en una de mis columnas del año 2000, me tocó hacerme cargo de servir la cena. La etiqueta sodálite dictaba que todo lo salado debía ser retirado de la mesa antes de traer el postre. Pues los dos que estábamos a cargo esa noche nos olvidamos de sacar el kétchup y la pimienta. Y, piña pues, debíamos pagar echándole al arroz con leche pimienta (el otro formando castigado) y kétchup yo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis platos de postre con kétchup. Eso me tocó. Hasta casi casi vomitar. Y Draxl se vacilaba, a lo Vlad. Sería la excitación que le producía el color rojo.
En otra ocasión, me olvidé de echarle llave a la capilla donde estaba el Santísimo, la hostia consagrada. Me cayó la puteada del año. Es que la hostia es Jesús, dice la Iglesia, y dejarla a disposición de profanadores nocturnos era el peor de los pecados. Así que Draxl debía castigarme y convertirme en ejemplo. Para que la comunidad aprenda. Y para que yo me redima. La expiación por tal pecado fue que debía quedarme cuidando la puerta de la capilla todas las noches durante una semana. Y la consigna era que, si alguien se despertaba en cualquier momento, debía bajar para asegurarse de que yo estuviera de pie frente a la puerta de la capilla. Prohibido sentarme, prohibido cabecear, prohibido moverme. Así, parado, toda la noche. Fue la única semana en la que me libré de la escalera. Pero no por piedad, sino porque no dormí. Algo leí hace poco sobre los peligros de no dormir varios días seguidos. En ese momento no lo sabía. Pero daba igual. Si Draxl lo pedía, se hacía.
Lo del arroz con leche con kétchup no fue castigo suficiente por no haber seguido la reglas sodálites del charm. Había que ser más drásticos. Mitad soldado pues. Quebrar al aspirante, doblegarlo, volverlo en un cordero de Dios, destruir su autoestima, reventarlo, hacerlo recordar su error para siempre. Así que la otra penitencia fue diseñada para grabar en mi recuerdo que no debo dejar el kétchup en la mesa. Una semana de ayuno. Solo lechuga y agua. Ni Pérez Albela. La misma cantidad de ejercicio que el resto, la misma cantidad de horas de estudio y oración, pero solo con hojas verdes y H2O. Aquí es donde entra otra figura conocida del Sodalicio: el entonces "cura gordo"y hoy arzobispo de Piura y Tumbes, José Antonio Eguren. Nos visitó, con sus cachetotes y su prédica. Desayunó con nosotros. Simpático como él solo, rebotando con sus propios chistes. Se sentó a mi lado, empezó a preguntarnos cómo nos iba con las pruebas. Me miró y notó que no había pan en mi plato. Y en mi vaso no había jugo, solo agua. ¿Qué pasó Jose Enrique? Bla, bla, bla con la historia del kétchup, la lechuga y el agua. Mientras yo hablaba, Eguren se preparaba un pan tolete con mantequilla y mermelada de fresa. Draxl lo miraba con esa mueca ansiosa de que algo feo/bacán pasara. Y el cura me dijo: "no te provoca, mmmmm, qué rico". Su pan era un dron listo para atacar mi cara. Lo hacía bailotear tan cerca como para sentir el delicioso olor de la mezcla de la mantequilla y la mermelada que chorreaba del pan recién traído de la panadería, calentito. Se lo llevó a la boca y su mordisco hizo que las fresas dulces cayeran por el otro lado del pan hacia el plato. Era como Eucaristía para un excomulgado. Y el cura se rió. Y Draxl también, más solapa, de lado, como sonreía siempre. Y siguió el desayuno. Mi lechuga y mi agua me recordaron que debía mantenerme ascético, fuerte y comprometido con el Plan de Dios que Luis Fernando nos estaba enseñando a llevar adelante.
Nos juntábamos todas las noches, después de la cena, en la cocina de San Aelred. Nos preparábamos café estilo Draxl (porque nos había enseñado que ESA era la forma de tomar café). Una cucharadita de Nescafé, una o dos de azúcar, un chorrito de agua recién hervida, batir y batir hasta que se pusiera espumoso y luego completar con agua y tal vez un poco de leche. Cada noche había una dinámica distinta. Todas terminaban con uno o más de nosotros golpeado o llorando. O las dos cosas. A veces tocaba a Draxl hacer que alguien llore o a veces nos encargaba que fuéramos nosotros los que destruyéramos el "hombre viejo" de alguno de nuestros compañeros. Ya sea en una competencia de "a ver quién puede golpear al otro en la barriga hasta que ya no aguante" o "hay que enfrentar a tal con sus traumas". Conté en mis columnas del 2000 cómo uno de los compañeros nuestros de comunidad tenía un complejo terrible con sus grandes orejas y su protuberante nariz. Además de andar con el pantalón subido hasta la mitad del abdomen y otras características típicas del pavo entre chicos recién salidos del colegio. Y así, Draxl nos ordenó enfrentarlo con sus miedos. Nos tiramos encima de él, le jalamos las orejas y la nariz hasta que la irritación coqueteaba con el sangrado, y, luego, a tomar plumones gruesos y pintarle la cara con todos los sinónimos posibles de tarado y ganso y etcéteras. Eso sí, él debía oponerse, resistirse con todas sus fuerza, luchar hasta el final. A modo de colofón de esta actividad benévola, debía mirarse al espejo y leer cada palabra en voz alta. Lloró, a mares, como no creo haber visto llorar a un hombre nunca. Draxl luego dio una charla explicando las consecuencias positivas del ejercicio según este u otro psicólogo y prometiendo que nuestro compañero ya no sería el mismo desde ese día. O sea, para mejor. Porque para peor sí lo fue. Y otras noches otras cosas así más o menos. Todos lloramos más de una vez. A veces por uno mismo, a veces por ver llorar a uno de los nuestros.
La casa donde hasta hace poco estuvo la
comunidad Nuestra Señora de Guadalupe, hoy abandonada y en venta.
Estudiábamos en una sala minimalista acondicionada para tal fin. Cubículos de madera, uno por cada habitante, un escritorio, una lamparita negra y uno que otro cuadrito de algún pasaje de la vida de Jesús (el Señor Jesús, como le decíamos los sodálites). Una tarde, Draxl apareció por detrás, sin aviso, y me puso una cuchilla suiza a lo largo en el cuello. "Empuja", me pidió sin que tiemble su voz. El "no" con el que respondí era, en la cosmología de Draxl, un escupitajo a la sacrosanta obediencia, el eje de la ideología sodálite. Se alejó unos metros, le puso la cuchilla en el cuello a mi compañero de la derecha y le dijo: "empuja". Y él empujó. "Así se hace, como él, mira Escardó, no seas cabro". Y regresó. "¡Empuja maricón!". Intenté, pero no pude y el miedo me robó unas lágrimas. "¡Párate rosquete!", gritó frente a todos. Esta vez dirigió la punta en mi dirección. Mientras me predicaba sobre la obediencia a Dios a través del Señor Jesús con el ejemplo del fiat de nuestra madre Santa María Virgen y la entrega de Luis Fernando al Plan de Dios como intermediario nuestro ante la Santísima Iglesia y el Santo Padre representado por Alfredo Draxl en esa comunidad o algo parecido en otro orden, iba clavando la cuchilla en mi pecho y en mi abdomen al ritmo de cada sílaba de su prédica. Luego del show, me llevó a la salita de la entrada de San Aelred, cerró la puerta y me hizo pedir perdón de rodillas mientras besaba los pies de una estatuilla ayacuchana de la Virgen María que cargaba con cierta dificultad, pero sin ningún tremor, con ambas manos. Y que Luis Fernando, y que la obediencia, y que él era el representante, y que yo era un cabro, y que así no viviría nunca en comunidad, y así quince minutos o más.
Pasaron muchas otras cosas. Algunas casi no las recuerdo, otras no sé si me pasaron a mí o a otros. Lo que aquí cuento es lo que más me marcó en ese mes en San Aelred.
El último día, creo que era el 24 de diciembre al mediodía, cuando todos regresaban a sus casas, yo no lo haría. Había pedido permiso para pasar Navidad en la casa de Luis Fernando, en Santa Clara, frente al Hotel El Pueblo. Y me lo dieron. No cualquiera iba. Tenías que vivir en alguna de las comunidades. Era un honor. ¡Wow! Pero, mientras todos se iban despidiendo, cargando sus maletas, Draxl tenía un último plan para mí.
"Anda lava los baños", me dijo. Agarré los guantes, la esponja, el detergente y todo lo demás para cumplir con la orden. El baño de San Aelred era como el de un centro comercial, con varios inodoros separados por paredes de metal. Impecable, nuevecito. Cuando ya estaba por limpiar el último wáter, Draxl apareció para supervisar mi avance. "No le eches detergente a ese último, solo sácale la suciedad con la esponja y no jales. Me avisas cuando esté listo". Y así fue. "Ahora sácate los guantes y lávate las manos con esa agua, ahí mismo, arrodillado frente al wáter". No me pareció nada extraño, peores órdenes había recibido ese mes. Así que lo hice sin chistar. "Ahora te voy a pedir algo que puedes o no hacer, depende de ti". Escuché. "Si no lo haces, evaluaré tu paso por San Aelred como el de todos los demás y veremos si el saldo consigue que entres a vivir definitivamente en comunidad". Sonaba justo. "Pero, si lo haces, te aseguro que eso bastará para decirle a Luis Fernando que pasaste tu mes de prueba y en abril entras a San Bartolo de todas maneras". Buena oferta. Lo miré. No tenía miedo. Era mi prueba máxima. Yo quería ser un sodálite de comunidad. Quería que Luis Fernando me aceptara. Quería cambiar el mundo. Quería ser santo. Quería ser un signo de contradicción. "Lávate la cara con el agua sucia del wáter". Lo miré, puse en una balanza el asco y el éxito, cerré los ojos, tomé una buena cantidad de agua entre mis manos y me la eché en el rostro. "No pues, así no, lávatela bien", me dijo el representante de Luis Fernando, el fundador, nuestro modelo a seguir, el santo vivo que sabía qué era lo mejor para nosotros. Metí mi cara al wáter y me la lavé como Dios manda. Como el Dios del Sodalicio manda. No lloré esa vez. Había llegado adonde quería. En mis 18 años de vida recién cumplidos no había logrado nada grande. Ese wáter era como una nueva pila bautismal que me hizo entrar en el reino de los pocos elegidos de Luis Fernando. Tomé una toalla, me sequé, miré a Draxl y él sonreía. Frío pero satisfecho. "Ahora sí jala el wáter y anda báñate. Bienvenido a San Bartolo". Y cumplió con su compromiso. En abril me mudé a Nuestra Señora de Guadalupe.
Alfredo Draxl fue director del colegio San Pedro hasta diciembre del 2015. Ha sido reemplazado estratégicamente por un desconocido llamado Francisco Saguier.
Lástima que Draxl ya no sea director del San Pedro para que le toquen la puerta y le pregunten por mí y las razones por las que ya no está en ese cargo. El Ministerio Público debería citarlo para que responda en el caso de los abusos cometidos por Luis Fernando Figari y otros líderes del Sodalicio.
Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio
y del Movimiento de Vida Cristiana (MVC)
Hace unos minutos, el periodista Pedro Salinas ha dado a conocer una carta remitida, desde su exilio dorado en Roma, por el fundador del Sodalitium Christianae Vitae (SCV), el laico peruano Luis Fernando Figari, acusado por más de treinta personas de abusos físicos, psicológicos o sexuales.
En mi calidad de afectado y primer denunciante de los abusos en el SCV, le responderé aquí.
Luis Fernando:
Empiezas tu carta afirmando que te diriges a la Familia Sodálite debido a los "señalamientos, desinformaciones y maltratos que se han dado a conocer sobre mí". Efectivamente, has sido señalado desde el año 2000 como la persona que creó y dirigió una institución religiosa en la que se cometieron abusos físicos y psicológicos, y desde el 2010 como un agresor sexual y encubridor de otros abusadores, entre ellos Daniel Murguía, Jeffrey Daniels (mi excompañero de comunidad en San Bartolo) y tu difunto sodálite modelo, Germán Doig (mi ex director espiritual).
Desinformaciones dices. Si no has sido un abusador, como se ha informado a partir de tres decenas de testimonios, entonces no deberías enviar cartas privadas, sino salir a los medios, dar la cara, como el macho alfa sodálite que siempre quisiste que creyéramos que eras, y desmentir con tu voz las acusaciones en tu contra, no usando a títeres incondicionales.
"Maltratos" llamas a que la opinión pública peruana e internacional lea y escriba oraciones en las que tu nombre está en el sujeto y los verbos abusar, violar, tocar, penetrar, pegar, gritar, quemar, manipular, esclavizar, destruir y denigrar están en el predicado. Los que sufrimos alguno de los abusos que tú o tus seguidores nos infligieron sabemos el verdadero significado de la palabra maltratos. Tú no estás siendo maltratado, estás siendo juzgado por tus actos y por enseñar a otros a actuar como tú. Eso no es maltrato, eso es justicia natural. O, para que lo entiendas mejor, justicia divina.
Pides disculpas por la demora en escribir a los sodálites y sus amigos. En mi caso, has demorado quince años en aceptar tus faltas (y a medias, porque no te quedaba otra ante la presión generada en los últimos meses). Y no he recibido una sola letra ni una llamada tuya o de alguno de tus seguidores "arrepentidos". Ni una sola. Pedir disculpas en una carta privada que no está dirigida a ninguna de tus víctimas es cobardía pura y plana. Cuando yo me tuve que escapar de la comunidad de Chincha a la que tú me mandaste como "premio", dejé sobre la cama una carta dirigida a mis exhermanos sodálites. Y me tildaron de maricón, rosquete, traidor al Plan de Dios, Judas, demonio. Tú les enseñaste a llamarme así. Tú les enseñaste a llamar así a cualquiera que se iba del Sodalicio. Tu carta te convierte en eso: en un maricón, en un rosquete, en un traidor al Plan de Dios, en un Judas de un Cristo al que entregaste con un beso en los genitales de gente que confió en ti, en el mismo Satanás, el rey de la mentira y el engaño.
Dices que no conoces las acusaciones en tu contra, que solo las has escuchado por versiones mediáticas. Tú leíste mis artículos del 2000. Los leyeron todos los sodálites. Consigné nombres y apellidos y los lugares donde se cometieron esos abusos. No hiciste nada. O sea, nada para que se cambien esas cosas, porque sí hiciste de todo para destruir las acusaciones. Y, cuando la Policía te preguntó por su contenido un par de años después, en una diligencia a la que fuiste citado, respondiste con un sencillo: "es mentira". E instruiste a tu horda de ladradores a que sembraran dudas sobre mí, a que me desprestigiaran pública y privadamente, a que boicotearan mis intentos por desarrollarme laboralmente. Y lo hicieron diligentemente durante más de una década. Porque ellos mintieron guiados por tu mentira. Y me destruyeron hasta que, después de década y media, se vieron forzados a decir que los testimonios son verosímiles y que se abriría una investigación. Quince años demoliendo mi nombre, mi pasado, mi presente y mi futuro. Casi quince años después de mentirle a las autoridades de nuestro país y, lo peor de todo, a cientos de seguidores sinceros del Sodalicio. Les mentiste a tus propios seguidores Luis Fernando, a los que creían que eras un santo. Y esa mentira está documentada en los archivos policiales de la época.
Si rechazas las imputaciones de abusos sexuales y "otras de diverso tipo", ven al Perú. Da la cara. Mira a los ojos a quienes te hemos acusado. Sé el valiente sodálite que siempre quisiste que creamos que eras. Mientras te sigas escondiendo en Roma, mientras sigas pidiéndole a Sandro Moroni y a los demás sodálites que salgan a los medios a responder lo que deberías responder tú, serás culpable. Porque tu silencio, tu lejanía y tu cobardía son argumentos de quien escapa de la verdad. Y el que escapa de la verdad miente. Así de simple.
Dices que "a lo largo de estos años, he estado siempre a disposición de las autoridades competentes para dar testimonio de la verdad y esclarecimiento de los hechos". Pura palabrería. Nombra una sola ocasión en la que te hayas puesto a disposición de las autoridades para algo. La única que se ha llegado a conocer es la que mencioné líneas arriba. Y mentiste. Es hora de que demuestres que esas palabras no son meros paños fríos en la frente de una agonizante comunidad que creaste, que usaste para tus fines y a la cual le mentiste por años. Ven. Ponte a disposición. Ahí te creeremos.
Aceptas "graves errores, fallas, ligerezas". ¿Crees que una carta privada a tu Familia Sodálite, en la que ya no están las personas afectadas, sea el medio correcto para "pedir perdón sinceramente y de todo corazón a todos y cada uno de quienes haya podido herir"? No Luis Fernando. Tienes que mirar a los ojos a quienes heriste. Tienes que pedirles perdón frente a frente. Como hombre. Y los heridos decidirán si te perdonan o no. Yo no te he perdonado. Y no pretendo hacerlo mientras no me pidas perdón mirándome a los ojos. En ese momento veré si te creo y te perdono.
Pobre Luis Fernando. Pones en tu carta que te han detectado cáncer hace unos meses. ¿Y el cáncer de la destrucción de la identidad, la libertad, el amor propio y la seguridad de tantos afectados por ti, por años, dónde queda? Hay por lo menos un exsodálite que se suicidó. Hay por lo menos uno que se volvió loco. Hay tres decenas que vencieron temores ancestrales y contaron sus propios cánceres en un libro. Hay cientos que no quieren hablar, que quieren borrar de su presente y su futuro ese cáncer sodálite con el que los infectaste y que destruyó su esencia, su fe y sus vidas. Tratas de dar pena, pero te olvidas de la pena que causaste, de las lágrimas de cientos de jóvenes y de sus familias, a quienes destruiste en tu afán de volverte un falso profeta y de crear una fábrica en serie de santos modernos. Si el cáncer está destruyendo tu cuerpo, eso no es nada comparado con el cáncer que destruirá tu memoria, tu nombre y tu figura. Ya no serás el santo que construiste con tus mentiras, serás recordado como el abusador y el pederasta que construiste con tus acciones y tus omisiones. Por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa.
Finalmente, pides oraciones. Quienes oren por ti serán los que nunca supieron la verdad, los que nunca recibieron una orden absurda de parte tuya o de tus seguidores, los que nunca sintieron tu lujuria penetrando su infancia, su inocencia y su fe, los que nunca recibieron una herida en sus manos o sus pies o su costado en honor a tu superioridad, los que nunca fueron coronados de espinas para que tú seas un ídolo pseudobíblico que a la larga demostró tener pies de barro. Los demás, los que sí te conocimos y supimos la porquería de ser humano que has sido, no oraremos por ti, pediremos que se haga justicia, aquí y más allá, hoy y por el resto de la eternidad.
Porque, Luis Fernando, cuando tú ya no estés, a nuestros hijos y nietos les bastará abrir una pestaña de un navegador, escribir tu nombre o el del Sodalicio, y en 0,00006 segundos aparecerá ante sus ojos la verdad que no conseguiste enterrar, la que escribimos quienes oramos por ellos y no por ti.
Estas últimas dos semanas han sido brutales para mí. Sé que para las demás víctimas del Sodalicio también. Y, por qué no decirlo, para el Sodalicio también.
Tengo quince años luchando porque se sepa la verdad y he sido víctima de toda clase de ataques y mentiras para hacer creer a cada persona que pudiera acercarse al Sodalicio, a sus seguidores en los distintos proyectos y misiones que ellos dirigen y a la opinión pública en general que soy un loco, un enfermo, un resentido, un fumón, un predicador anticlerical y todo lo que puedan o no imaginarse.
Es a raíz de lo sucedido en estas dos semanas que, con la mente más en paz, pero también con nuevas frustraciones, puedo escribir esto. Mi intención es, obviamente, que lo lean y, si lo creen conveniente, lo compartan. Lo haré a modo de lista porque será más fácil de procesar para mí y de leer para ustedes.
1. Soy una víctima de abusos físicos y psicológicos ocurridos en las comunidades de formación del Sodalicio entre los años de 1987 y 1989. También soy víctima de una persecución implacable de parte de ellos y muchos de sus simpatizantes desde que revelé por primera vez los abusos que se cometían en sus comunidades. Lo único que me diferencia de las demás víctimas es que fui quien rompió el silencio y habló por primera vez de los abusos en el Sodalicio.
2. Estuve relacionado con el Sodalicio de manera informal desde sexto de primaria (tenía doce años) hasta quinto de secundaria. Eran profesores sodálites de mi colegio, el Markham, quienes me fueron lavando el cerebro. Fui elegido presidente del Convivio 86 (reunión anual de estudiantes católicos organizada por el Sodalicio). El 8 de diciembre de 1986 hice promesa de "aspirante", primer peldaño en el vínculo formal con el Sodalicio. Había cumplido 17 años 29 días antes, el 9 de noviembre. Nunca informé a mis padres sobre mi ceremonia de vinculación formal con el Sodalicio, ya que ellos no estaban de acuerdo y mis guías sodálites me hicieron creer que no debía contarlo a nadie de mi familia porque no entenderían mi "vocación" y serían tentados por el demonio para alejarme de ella.
3. Dejé el Sodalicio en marzo de 1989, después de haber vivido un año en dos comunidades: una en San Bartolo y la otra en Chincha, de donde me escapé después de varios meses de confusión, dolor, conversaciones inútiles con el superior, Miguel Salazar, y mi director espiritual, José Ambrozic. Las conversaciones servían solo para amenazarme con promesas de aniquilación espiritual y emocional en lugar de para brindarme ayuda profesional para construir nuevas formas de relacionarme con mi espiritualidad y la Iglesia a partir de mi idea de dejar la comunidad y relacionarme con el Sodalicio de maneras más libres, viviendo en mi casa y desarrollándome profesionalmente.
4. Meses después de mi salida me acerqué a San Bartolo a reclamar la devolución de mi biblioteca personal, la cual ellos tenían en su poder. Mientras viví en comunidad, recibía mensualmente el alquiler de un departamento de mi propiedad en Miraflores. El 50 % de ese dinero lo entregaba al superior de la comunidad y el resto lo usaba para comprar libros o ropa. Nunca me devolvieron mis libros, una colección que me costó entre 1500 y 2000 dólares. Tal vez más. En buen cristiano: se los robaron. Hasta hoy.
5. Es así que, totalmente frustrado, me mantuve alejado de ellos, evitándolos en las calles con una creciente paranoia, escondiéndome si los veía en algún lado. Mientras tanto, trataba de recuperar mi vida.
6. En el año 2000, mientras ayudaba por un breve periodo a mi padre en su revista, Gente, tenía una columna a la que llamé El quinto pie del gato, hoy convertida en un blog. En ella opinaba sobre temas de actualidad de manera (a veces demasiado) irreverente. La columna adquirió cierta notoriedad con el tiempo y tenía una vasta legión de lectores dentro y fuera del país.
7. En octubre del 2000 tomé la decisión de enfrentar mis miedos y salir al frente a hablar de lo que viví en el Sodalicio. No fue fácil. Fueron seis columnas. Una por semana. La primera se tituló "Extirparé la raíz del miedo". Ellas nacieron como gemelas de una pesadilla que me persigue hasta hoy. Mi intención era desenmascarar al Sodalicio y a sus miembros que abusaban de cientos de personas y, por encima de todo, advertir a la sociedad. Quería que los padres cuidaran a sus hijos. El impacto de mis columnas fue inesperado y arrollador. Golpeó al Sodalicio de maneras que no creí que lo haría, pero también dio inicio a una persecución en mi contra que destruyó mi vida en muchos niveles. Si hubiera callado, otra sería mi vida hoy. Pero no me arrepiento. Para ganar lo que realmente vale en la vida hay que estar dispuesto a hacer sacrificios. Pueden leer las columnas en este enlace.
8. Ese mismo año, el periodista y exsodálite Pedro Salinas me pidió una reunión, la cual se llevó a cabo en el restaurante Mangos del Óvalo Gutiérrez, en Miraflores (donde hoy está el Starbucks). Ahí, Salinas me contó que estaba escribiendo una novela acerca del Sodalicio, pero que no se había atrevido a terminarla y menos a publicarla, que era más una especie de exorcismo interno. Pero, me confesó que, al ver mis columnas publicándose, se sentía inspirado a continuar con el proyecto y a animarse a sacar el libro. Me pidió autorización para incluir en la novela pasajes de mis testimonios sobre los abusos que sufrí. Yo le dije que sí, que los use. En el 2002 publicó Mateo Diez, una novela sobre el Sodalicio en la que cambió los nombres. Solo los que estuvimos dentro del Sodalicio sabíamos a quiénes se refería. Nunca recibí invitación al lanzamiento del libro. No entendí por qué. Pero esto es algo que ya hablé personalmente con él días antes de que presentara Mitad monjes mitad soldados.
8. En el 2001, la periodista Cecilia Valenzuela encargó a Diego Fernández Stoll, un joven reportero de su programa Entre líneas, de Canal N, que investigara al Sodalicio. Luego del excelente reportaje, en el que se recogían los testimonios de Luis Eduardo Cisneros (exintegrante del MVC) y Eduardo Alt (padre de un sodálite), fui entrevistado en vivo por ella. Después entrevistó al destacado psicólogo Jorge Bruce, quien hizo una escalofriante premonición, alertando sobre posibles casos de abuso sexual y prácticas homosexuales de los líderes de la organización católica. Aquí pueden ver el trabajo de Cecilia y su equipo, además de mi entrevista y las predicciones de Bruce:
10. Quiero compartir con ustedes, luego de estas dos semanas de correrías, con más calma, algunas cosas que creo importantes aclarar:
a. El libro Mitad monjes, mitad soldados ha sido el fruto de la investigación y trabajo de los periodistas Pedro Salinas y Paola Ugaz y un grupo de colaboradores en el cual no estoy. No he trabajado con ellos en su elaboración y lo único que sale ahí sobre mí es, por un lado, el reconocimiento de mis primeras denuncias, y por otro, mi testimonio, que fue grabado por Pedro Salinas en una conversación que tuvimos hace por lo menos tres años. Lamento que varios medios de comunicación y opinólogos que recién se aproximan al tema, en su afán de promocionar las denuncias de abuso sexual, omitan en sus comentarios o cronología de los eventos la lucha de los que rompimos el silencio en el 2000 y 2001 y pretendan decir que esto empezó en el 2002 con la publicación de la novela Mateo Diez o incluso en el 2010-2011 con la aparición de denuncias sobre abusos sexuales. Pero lo entiendo. La dinámica del periodismo moderno es efectista y, con frecuencia, morbosa. Y el sexo es morbo por excelencia. Aprovecho para agradecer a quienes sí mostraron, en sus recuentos y columnas de opinión, el inicio de esta historia y su significado en lo que vino después. Agradezco, más que a nadie, a Paola Ugaz, coautora del libro Mitad monjes mitad soldados, quien se ha esforzado todas las veces y por todos los medios que ha podido en reconocer ese esfuerzo y esa lucha.
b. No recibo ni recibiré un centavo de las ventas del libro. No me corresponde, no he invertido un sol ni un segundo de mi tiempo en ese valioso esfuerzo, que es solo de Pedro y Paola.
c. Mi lucha siempre ha sido personal, sin coordinación alguna con Pedro Salinas, salvo en las ocasiones en las que ha pedido mis declaraciones para el libro y una que otra conversación esporádica para comentar, nunca para coordinar.
d. Muchas personas me aconsejaron hacer un libro respecto de estas experiencias. Siempre me negué rotundamente. Como fui parte del Sodalicio, testigo, victimario y víctima a la vez, no me sentiría bien conmigo mismo comercializando tristes experiencias mías y de otras víctimas.
e. Nunca fui víctima ni testigo de abusos sexuales dentro del Sodalicio. Me he enterado de las denuncias contra Germán Doig, Luis Fernando Figari, Daniel Murguía y Jeffrey Daniels a través de la prensa. Los demás testimonios de abusos psicológicos, físicos y sexuales los he venido a conocer a través del libro Mitad monjes mitad soldados. No conozco a ninguno de los denunciantes que aparecen en el libro, salvo a Pedro Salinas, su autor. Sin embargo, sus historias son totalmente consistentes, creíbles y reflejan en mucho lo que denuncié en mis artículos del 2000.
f. Considero que Luis Fernando Figari, como todo ciudadano peruano, es inocente de cualquier cargo hasta que la justicia pruebe lo contrario. Nos guste o no, así es la justicia. Sin contradecir esto, para conseguir que se demuestre su culpabilidad o inocencia, debe ponerse a derecho, afrontar la justicia en el Perú. El Sodalicio debe conminarlo a declarar al respecto lo antes posible. Mientras no lo haga, solo podemos considerar que lo están encubriendo. Además, el Sodalicio y la justicia peruana deben investigar a las personas que mencioné en mis columnas, para así determinar su grado de responsabilidad en los abusos cometidos mientras fueron superiores o formadores en sus comunidades. También debe identificar quiénes son los demás abusadores mencionados en los testimonios publicados por Salinas y Ugaz. Casi todos aparecen en el libro solo con sus iniciales. Hay que identificarlos y que pasen por los procesos necesarios de investigación y posterior sanción.
g. Desde el año 2000 hasta hoy no he tenido relación ni he mantenido comunicación con nadie del Sodalicio. Menos he tratado de hacerme su "amigo" con la intención de obtener información. Solo me he acercado a uno de sus miembros más antiguos, prominentes y conocidos por su posición mediática. Intercambiamos algunos correos entre diciembre del 2011 y marzo del 2012, teniendo yo en mente una sola cosa: que tomen conciencia de los abusos y del dolor de las víctimas. Al inicio de las conversaciones, este sodálite aceptó el daño que me habían hecho y me pidió perdón a título personal por lo sucedido (a pesar de no haber sido él perpetrador de ninguno de los abusos que denuncié). Debido a esta actitud, a su reconocimiento de que mis denuncias del 2000 eran ciertas y de que ellos habían defendido a su comunidad con un espíritu no cristiano, me sentí en la libertad de ofrecer una tregua con la condición de que formaran una comisión ad hoc para acercarse a las víctimas, investigar sus casos y realizar las acciones necesarias para brindarles ayuda y las reparaciones necesarias. Pero ello nunca sucedió. No se concretó la reunión con la cúpula del Sodalicio. No se hizo nada de lo prometido. Peor aún, se filtró y se sacó de contexto mi ofrecimiento de una tregua para luego usarlo como defensa del Sodalicio en un caso que enfrentaban contra una universidad canadiense que quería sacarlos de la capellanía debido a que, principalmente, habían tenido acceso a mis columnas. Ante esta nueva traición, rompí toda comunicación. Y ese es otro motivo por el cual me he mostrado muy escéptico con relación a los contenidos de los comunicados del Sodalicio y sus compromisos desde que este nuevo escándalo estalló hace dos semanas.
Dicho esto, quiero dejar clara mi opinión con relación a lo que vienen haciendo el Sodalicio, la Iglesia católica y las autoridades peruanas:
1. Ante el escándalo mediático que estalló hace poco más de dos semanas. el Sodalicio ha prometido una comisión ad hoc. Según declaraciones muy recientes de Fernando Vidal, asistente general de Comunicaciones de la institución, en reuniones públicas con integrantes de distintas misiones dirigidas por el Sodalicio, la comisión está en proceso de formación y se la ha encargado la conducción del proceso a uno de los sodálites más antiguos y profesionales, José Ambrozic. Sí, el mismo que fue mi segundo director espiritual y que me tuvo en retiro absoluto cuando le dije que quería dejar la vida comunitaria. Obviamente, esto demorará mucho tiempo. De haberse realizado esto en el 2011, cuando lo pedí en los correos ya mencionados, hace rato estaríamos en otro momento histórico de este escándalo.
2. El Sodalicio está siendo apoyado por una empresa consultora peruana reconocida (aún no han revelado el nombre y han prometido hacerlo apenas sean autorizados). Ella diseñará las maneras en las que la comisión ad hoc recibirá a los denunciantes que quieran acercarse a dar sus testimonios, estudiará los casos y vigilará que los procedimientos establecidos se cumplan. El Sodalicio ha afirmado que la tercera etapa de la investigación brindará el apoyo que requieran las víctimas a través de profesionales independientes de alto nivel. Además, esta tercera etapa ayudará a identificar casos en los que se requiera una investigación más detallada y profunda.
3. La actitud de los voceros en las reuniones públicas coincide con la mostrada por el superior general del Sodalicio, Alessandro Moroni, en su entrevista aparecida en el diario El Comercio. Quedaré a la espera de que se cumplan los compromisos adquiridos por ellos ante la opinión pública. Si pasa un tiempo prudencial y no veo ningún cambio real, entonces tendré que volver a salir a los medios a informar lo necesario al respecto.
4. La Iglesia católica tiene procesos internos diseñados para lidiar con estas situaciones. Estaré atento a que esos procesos se cumplan. Por el momento, y según las explicaciones de los expertos que han declarado, además de lo que dijo el cardenal Juan Luis Cipriani en RPP y de los propios voceros del Sodalicio, no veo inconsistencias y entiendo la reserva que han venido mostrando. Las investigaciones deben mantener la privacidad que corresponde y los investigadores no deben dejarse presionar por la dinámica de los medios de comunicación, los cuales sí deben estar atentos en los próximos meses a lo que pase en el Sodalicio y en la Iglesia católica. Además, invoco a los medios a no abandonar a las víctimas y cada cierto tiempo volver a tratar este tema. Por otro lado, creo que, ante la gravedad del impacto mediático, los líderes del Sodalicio deben informar con cierta periodicidad a la opinión pública los avances que vienen haciendo sin romper la confidencialidad que exige un proceso de esta naturaleza.
5. Ya se ha abierto una investigación en el Ministerio Público. El propio fiscal de la Nación ha solicitado a las víctimas que nos acerquemos a su despacho para presentar nuestros testimonios y pruebas (en caso de que alguien tenga alguna). Insto, desde aquí, a los afectados, a acercarse al fiscal de la Nación y colaborar con los procedimientos legales que él o quien él haya puesto a cargo de la investigación indiquen. Asimismo, pido al fiscal de la Nación que haga los trámites necesarios para que, ante las denuncias mediáticas, indicios y testimonios ya existentes, solicite mediante los canales legales adecuados, dentro y fuera de nuestro país, que se traiga a Luis Fernando Figari al Perú lo antes posible y se le fijen condiciones restrictivas adecuadas que permitan que afronte todo el proceso de investigación aquí. Lamentablemente, y como lo vengo diciendo hace días en mis entrevistas y en mi cuenta de Twitter (@JEESxorcismo), Figari no tiene intenciones de venir. Es más, para frustración de miles de personas preocupadas por este caso, su abogado ha declarado hoy en una entrevista para el diario El Comercio que buscarán la prescripción de los casos. Un asco del cual el Sodalicio puede escaparse rápidamente si, ahora sí, expulsa a Figari por tomar esa actitud.
Finalmente, debo manifestar que me causa un dolor profundo el accionar del Sodalicio, la Iglesia y de quienes se aprovechan del dolor de las víctimas para hacer noticia u obtener algún beneficio personal. Como víctima de Figari, Doig y muchas otras autoridades y miembros del Sodalicio, lo que menos espero es respeto a ese dolor, no que se busque manipularlo para obtener beneficios de ninguna índole.
La Virgen Inmaculada Dolorosa del Sodalicio
hoy es una virgen que llora de verdad
Hoy mi hija de ocho años me abrazó y me dijo: "papi, tú no mientes". Es que leí la entrevista que le hizo Sandra Belaúnde de El Comercio a Sandro Moroni, superior general del Sodalicio, y me preguntó por qué estaba llorando. Traté de que no viera mis lágrimas, pero llegó a mi escritorio cuando aún las estaba secando.
Ya le había contado hace unos días sobre mi lucha, a grandes rasgos. Que unas personas malas de un grupo llamado Sodalicio me habían hecho daño cuando era joven, que también le hicieron daño a muchas otras personas, que me iba a ver en la tele hablando de eso y que quería que sepa que su papá estaba luchando desde antes de que ella naciera para que estas cosas no pasen más. Su respuesta, ese día, fue: "yo les voy a dar una patada y un puñete por hacerle eso a mi papito".
Moroni respondió en la entrevista de hoy una pregunta específica que me movió más que otras:
Es que esa es parte de mi historia. Es parte de lo que conté en mis columnas del año 2000, cuando cometí la locura de hacer de conocimiento público por primera vez lo que pasaba dentro de las comunidades del Sodalicio.
No voy a ahondar aquí porque en este mismo blog y en mi Twitter (@JEESxorcismo) pueden encontrar mucho de lo que he estado diciendo en estos quince años.
Solo voy a decir lo que espero del Sodalicio, todo ello en la línea de lo que promete Moroni en la entrevista de hoy:
1. Quiero mi nombre de vuelta. Que el Sodalicio me pida perdón por llamarme mentiroso, loco, resentido, anticristo, traidor, maricón y tantas otras cosas que no solo dijo Luis Fernando Figari. Las esparcieron en internet, en medios y en conversaciones públicas sus superiores, su cúpula, sus seguidores, sus fanáticos. Y quiero que le devuelvan su nombre y reputación a todas las demás personas que se animaron a hablar a raíz de mis denuncias, a las que trataron igual. A las que salen en el libro de Pedro Salinas y Paola Ugaz (a quienes rindo un homenaje especial porque su investigación ha vuelto realidad mis sueños y las de muchos otros abusados) y a los que no salen ahí. 2. Quiero que le pidan perdón a mi hija. Que la miren a los ojos y le digan "tu papá no miente, tu papá siempre dijo la verdad". Ella lo sabe, pero ustedes han hecho que cientos de personas lo propaguen por todas partes y que miles lo crean durante quince años. 3. Quiero que traigan a Luis Fernando Figari al Perú y que él encabece todas las sesiones en las que deba pedirnos perdón. Quiero que él nos mire a los ojos y escuche lo que tenemos que decirle. Y que afronte las investigaciones aquí, no en una comunidad creada para protegerlo en Roma. 4. Quiero que cambien, pero de verdad. Que no vuelvan a hacer las cosas que dijeron que no nos hicieron y ahora aceptan públicamente. Y quiero que todos veamos esos cambios.
Hay muchas otras cosas que quiero, pero todas se desprenden de estas cuatro primeras. Cuando me llamen y me citen para pedirme perdón les diré las demás.
Es poco pedir para el daño que me han hecho. Es poca reparación por lo que han destruido en mi vida desde que los conozco, hace 33 años, y desde que me atreví a salir del silencio hace quince.
Tienen mi número de teléfono. Ojalá no tenga que esperar quince años más para recibir su llamada.
El único consuelo que me queda es que algunas personas me creyeron en el año 2000 y se alejaron del Sodalicio.
Hace quince años, cuando escribí las columnas en las que revelé el abuso físico y psicológico al que éramos sometidos en las comunidades del Sodalicio, esta agrupación que es el núcleo del Movimiento de Vida Cristiana, apadrinada por Juan Pablo II (quien mantuvo una cercana amistad y defendió al lobo disfrazado de cordero Marcial Maciel, el mayor monstruo que la Iglesia católica ha producido en los últimos tiempos), se inició una campaña de demolición en mi contra. Y no la iniciaron los seguidores fanáticos de Luis Fernando Figari, fue el propio Sodalicio el que la orquestó.
Figari bendecido por Juan Pablo II, el santo que protegió a más de un pederasta
En una conversación de hace unos tres años por correo electrónico con uno de sus líderes más prominentes, él aceptó que tuvieron que atacarme para defender al Sodalicio, que se pusieron de acuerdo para decir que lo que yo había escrito era todo mentira, que hicieron espíritu de cuerpo desde la cúpula. También aceptó que lo que yo conté era cierto, pero que las técnicas que denuncié habían cambiado en los últimos años. Además, dijo que sus hermanos no actuaron cristianamente conmigo y que lo lamentaba muchísimo porque sabía cuánto daño me hicieron.
Pero, cuando le dije que ahora debían hacer algo por las víctimas, que debían pedir perdón con acciones, que crearan una comisión interna que investigue esos casos y se acerque a los afectados para intentar darles paz, empezaron las excusas: hablaré con mis hermanos, están muy ocupados porque ya se vienen las actividades por la Navidad, disculpa que pasen los meses y no pueda concretar ninguna reunión, no han podido ver este tema en sus últimas reuniones, lo siento, disculpa, lo lamento, no me he olvidado.
Y nunca pasó.
Por eso, cuando leí el "perdón" del Sodalicio, no les creí nada. Por eso, cuando dicen en su comunicado que "les ofrecemos nuestra disposición de escucha y ayuda", supe que era solo palabrería para quedar como buenitos una vez más. Porque soy la primera persona que salió a decir que el Sodalicio estaba podrido y solo me destruyeron con mentiras, manchando mi honra, boicoteando esfuerzos laborales y hasta presenciando con crudeza diabólica cómo alguien de su entorno amenazaba la integridad sexual de mi hija de cinco años sin mover un dedo para identificar a esa persona.
Desde que denuncié a Figari en mis primeros artículos, en el año 2000, le dije que lo retaba a debatir públicamente, donde él quisiera, en la televisión si quería, pero nunca dio la cara. Todo era por lo bajo, demoliendo los cimientos sobre los cuales intentaba construir mi vida profesional, laboral, académica y mi reputación.
Quince años en los que perdí mucho, pero en los que gané la confianza de que estaba haciendo lo correcto y en los que sabía que menos jóvenes serían captados por ellos y menos familias serían destruidas.
Pasaron los años y el Sodalicio ha tenido que aceptar públicamente las conductas patológicas de Germán Doig, quien fue mi director espiritual cuando creía en ellos.
La estampa con la que veneraban al fallecido pederasta Germán Doig
Ayer, en su comunicado, han aceptado también la enfermedad de su fundador, Luis Fernando Figari. Pero también han aceptado que lo están protegiendo, que está en retiro de oración en una comunidad suya en Roma.
Luis Fernando Figari, acusado de ser un predador sexual de menores por tres personas por lo menos, y de ser un abusador físico y psicológico por treinta por lo menos, cuyos testimonios aparecen en el libro Mitad monjes, mitad soldados, de Pedro Salinas, no debe quedarse más en Roma, protegido por el Sodalicio. Figari debe ser traído al Perú por la justicia para enfrentar las decenas de acusaciones en su contra.
Tengo quince años pidiendo eso a las autoridades peruanas. Y nadie se atreve a hacerlo. Porque es la Iglesia católica, porque a ella nadie la toca, porque qué miedo, porque Figari tiene vínculos en las más altas esferas del poder político y empresarial, porque no tienen cojones, porque a sus hijos no los quemó ni les pegó ni los traumó ni los manoseó ni los violó, porque Cipriani lo protege, porque en este país no hay justicia, porque no, porque simplemente no les da la gana, porque ya pasará el roche.
Figari, monstruo, estás cercado. Tal vez no por las mariconas autoridades peruanas (por el momento), pero sí por tu conciencia (si la tienes), por la historia que te ha descubierto, por tus propios actos que nadie olvidará. Y por nosotros, que seguiremos en la lucha, haciendo todo lo posible para que vengas al Perú, para que la justicia humana te haga pagar el daño hecho. Porque, eso sí, sin ser mitad monje pero sí habiendo sido un soldado muy herido pero constante, te puedo decir que la justicia divina, esa que usaste como escudo y espada para hacer tus maldades, ya te ha condenado.
Por primera vez juntos, les dejo aquí los artículos que empezaron esta historia en el año 2000: