miércoles, 24 de febrero de 2016

Lo que defiendo en estas y todas las elecciones (por si a alguien le importa)


No suelo hablar de política, ya que mi interés primordial en la vida va por otros rumbos. Sin embargo, en estas fechas, es inevitable hacerlo. Siempre he sido claro sobre mi postura ante el voto obligatorio. Creo que es una falla del sistema democrático. El voto voluntario es, para mí, un requisito ineludible en una sociedad que se jacta de ser una democracia en todos sus extremos. Obligar a la gente a votar -no importa con qué excusa o estudio o justificación sociológica o psicológica- me parece una manera de perpetuar la ignorancia y la elección de autoridades mediocres que no deben hacer ningún esfuerzo para convencer a un pueblo que no muestra interés en propuestas, sino que se ve obligado a votar para evitar una multa que la mayoría no puede pagar porque dejaría de comer uno, dos, tres o más meses. 

Es fácil sonreír o dar dinero o prometer ayuda o regalarle a alguien un polo o un gorro que le servirá para evitar comprar los que necesita para enfrentar las inclemencias del clima y con eso obtener un lugar en el top of mind del elector que decide en la cola mientras conversa ligeramente con los demás sobre "¿por quién vas a votar?". La esencia del fracaso de nuestro sistema democrático es que no es democrático desde su primera premisa: el voto voluntario. Es por ello que, elección tras elección, como no puedo ejercer la opción de no ir a votar si no me convence ningún candidato y no quiero sentirme obligado a endosarle a nadie mi confianza ni votar por el mal menor, tomé la decisión libre, democrática y constitucional de expresar mi disconformidad con el voto obligatorio viciando el mío. Y eso también es democracia. Tener la potestad de no apoyar a nadie en las elecciones porque no apoyo el sistema fallido que lo pondrá al mando de nuestro país. Mientras no se elimine el voto obligatorio no le regalaré mi voto a nadie que no me convenza como se debe convencer a un pueblo que se respeta y al que se quiere servir, no del cual uno se quiere servir al llegar al poder. Si me siguen en mis redes sociales, en especial en Twitter, verán que no les será fácil identificar si apoyo o no a algún candidato en particular y serán testigos de cómo me regalo la oportunidad de señalar lo bueno o -con mucha más frecuencia- lo malo, de cualquier postulante, ya sea al Congreso, la Alcaldía o la Presidencia, según el proceso en el que estemos. Claro, siempre habrán personas con medio cerebro que lean una publicación mía de 140 caracteres criticando a alguien y, solo con ella, asuman que esa es mi posición universal frente al proceso electoral y sus participantes. Pero ese no es mi problema. La incapacidad de ver más allá de sus rodillas es rollo de cada uno. Así que, si me lees criticar a alguien o aplaudir a otro en estas semanas previas a las elecciones, sea candidato al Congreso o a la Presidencia, no te hagas ilusiones. No significa que votaré por tu candidato preferido ni que estoy atacando al que odias. No votaré por ninguno. Y esa decisión no tendrá que ver con ese candidato ni con lo que tú, los medios o las redes sociales tengan que decirme sobre él. Tiene que ver con una postura frente a un sistema que le da el mismo valor al voto de un ciudadano informado que al de alguien que leyó un meme o recibió un polo o tomó su decisión por la cantidad de personas a su alrededor que votarán por el mismo que él. Todos tenemos el mismo derecho a votar y eso no lo pongo en duda. Pero todos tenemos también el derecho a no votar, y ese es un derecho secuestrado en nuestro país. Y mi vía para expresarlo, por el momento, es votar viciado. P. D. Si aún crees que el voto viciado termina apoyando al candidato ganador o algo así, te invito a leer un post que escribí hace unos años sobre ese mito de marras.

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