domingo, 1 de mayo de 2011

Juan Pablo II, el beato que cometió herejía

La -para algunos forzada- beatificación del papa Juan Pablo II se da en medio de una crisis profunda en la Iglesia Católica. Su sucesor, que no irradia el carisma del hoy beato “papa viajero”, ha sido acusado formalmente en Estados Unidos y Europa por haber encubierto durante décadas miles de escandalosos abusos sexuales a menores de edad. En su último mensaje por Semana Santa, Benedicto XVI reflexionó acerca de los tiempos difíciles que vive la fe católica y, en lugar de hacer un necesario mea culpa, responsabilizó de ello a la tecnología y a la secularización del mundo.



Hay quienes cuestionan la beatificación de Juan Pablo II por diversos motivos, entre los cuales destaca su ciego respaldo al fundador de la Legión de Cristo, el pederasta Marcial Maciel. Durante su pontificado, Maciel conseguiría una influencia que nunca pudo imaginar. Sin embargo, se ha pasado por alto un hecho aun más rotundo que, de haberse llevado el proceso de beatificación con objetividad, podría haber evitado que el flamante beato suba a los altares: Juan Pablo II cometió herejía.

En marzo del año 2000, Juan Pablo II se vio forzado por la presión interna de la propia jerarquía vaticana y por la crisis inmensa en la que estaba sumida a tomar una decisión que algunos consideraron la más audaz de todo su pontificado: pedir perdón a la humanidad por los pecados de la Iglesia Católica a través de la historia.

Pedir perdón es un acto muy humano y, además, fundamental en la estructura moral cristiana. Todos cometemos errores y tenemos el derecho a pedir que se nos perdone y el deber de, al habernos arrepentido, tratar de no caer en lo mismo. Pero, si a un solo ser humano le cuesta tanto rectificar conductas complejas, ¿cuánto más le costaría cambiar a la Iglesia como institución? Y cambiar no significa solamente que el papa y su corte se den golpes en el pecho y asunto arreglado. Pero esa es otra historia.

Cuando Juan Pablo II pidió perdón al mundo, hubo también presión de un sector del Vaticano para que no lo hiciera, porque los “enemigos de la Iglesia” podrían usar este aparente buen acto en su contra.

¿Qué significa realmente que la Iglesia acepte que se ha equivocado? Significa que por lo menos quince siglos de historia occidental han sido cuestionados. Utilizaré un solo ejemplo para graficar lo que implicó esta polémica pero poco analizada decisión de Juan Pablo II.

La Iglesia, con ese acto de perdón, aceptó, entre otras cosas, su error al juzgar a muchos “anticristianos” que fueron sentenciados a muerte por sus herejías, como Giordano Bruno, quien, en el siglo XVI, presentó en escritos y conferencias sus ideas acerca de la pluralidad de los mundos y sistemas solares, el heliocentrismo, la infinitud del espacio y el Universo y el movimiento de los astros. Sus enseñanzas, hoy aceptadas por la ciencia y por la propia Iglesia, desencadenaron una persecución en su contra por parte de la Inquisición que terminó en una condena a la hoguera dictada por Roberto Belarmino, un obispo y cardenal que fue canonizado por Pío XI en 1930. San Belarmino también condujo el proceso contra Galileo Galilei.

Giordano Bruno por Maurizio Tazzuti

Al canonizar a alguien (o declarar su santidad), la Iglesia reconoce públicamente que esa persona no murió en pecado, llevó una vida ejemplar y, al morir, fue aceptado por Dios en el cielo. Según la Enciclopedia Católica en Internet: "La Iglesia Católica canoniza o beatifica solo a aquellos cuyas vidas estuvieron marcadas por el ejercicio de las virtudes heroicas y solo después de que esto ha sido probado por reputación conocida de santidad y por argumentos conclusivos".


Sin embargo, al reconocer su error en relación con la condena a Giordano Bruno, la Iglesia está afirmando, además, de manera implícita, que las virtudes que llevaron a su juez a ser declarado santo no existieron en su totalidad y que, por ello, no podría haber sido aceptado en el cielo como habían asegurado previamente.

Por ende, para que Roberto Belarmino “salga” del cielo, donde no le corresponde estar al haber condenado a muerte a un inocente (lo que va en contra de la virtud heroica de la justicia), los dogmas referentes a que nadie puede abandonar el infierno ni el cielo para irse a otro lugar -aunque este fuera el purgatorio- tendrían que ser modificados. Sin embargo, los dogmas son verdades de fe inamovibles que, al no poder ser cambiados, solo podrán ser negados y transgredidos.

Si la Iglesia aceptó su error al juzgar a Giordano Bruno, debió hacer lo necesario para completar y volver creíble su acto de contrición. Es decir, debió anular la canonización de Belarmino al no cumplir este con los requisitos exigidos por el proceso de canonización. Este es solo uno de los pecados de la Iglesia por los que Juan Pablo II pidió perdón. Hay miles de situaciones similares a lo largo de su historia.

Al pedir perdón, Juan Pablo II puso a la Iglesia en una situación muy complicada, ya que estaba contradiciendo sus propias enseñanzas más esenciales, sus dogmas. Además de haber pasado por encima del dogma que habla de que el cielo y el infierno son eternos y no se puede salir de ellos, también negó el dogma de la infalibilidad papal. Si la Iglesia se equivocó al juzgar a Giordano Bruno, también se equivocó Pío XI al canonizar a Roberto Belarmino. Y la canonización, por definición, es un acto cuyo sustento proviene de la infalibilidad del papa.

La herejía es “la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (Código de Derecho Canónico - CIC can. 751). Pedir perdón conducía automáticamente a Juan Pablo II a la negación de por lo menos dos verdades dogmática, como lo he explicado párrafos arriba.


La inconsistencia de esta acción de limpieza de imagen eclesiástica demuestra una vez más que la Iglesia es una estructura en la que el máximo interés es escalar posiciones en las estadísticas globales de miembros. 

Mediante esta clase de actos en apariencia nobles, y aprovechándose de que los fieles católicos ordinarios (el rebaño o la grey) no entienden los intrincados detalles teológicos que hay detrás del impacto emocional que estos causan, la Iglesia solo busca recuperar el poder que tenía siglos atrás y que ha ido perdiendo desde que los Derechos Humanos empezaron a arruinarle la fiesta. Para lograr ello, usan todas las armas a su disposición, hasta al papa bonachón en el que "todos creen" y que pide perdón al mundo pasando por encima de sus propios dogmas, convirtiéndose en un hereje que luego es llevado a los altares.
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